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viernes, 20 de junio de 2014

Tomates verdes fritos


Esta película, llamada Fried Green Tomatoes, está basada en la novela llamada casi igual y publicada en 1981, Fried Green Tomatoes at the Whistle Stop Cafe, de la autora Fannie Flagg. En este post evaluaré solamente la película (dado que el libro no lo he leído). que fue estrenada en EE.UU. en 1991 bajo la dirección de John Avnet y con parte del guión elaborado por la propia autora.
He de decir que esta película es una de las que he oído hablar y-o visto anunciar toda la vida, pero nunca me había parado a verla. Hasta que hace unos meses, me decidí a verla cuando encontrara tiempo. Ahora que la he visto, me arrepiento de no haberlo hecho antes. Ha pasado a integrar mis películas favoritas y con un 9 (si no más) de nota.

Es una película tierna y con un tempo muy bien definido, que si lo captas, no se te hará larga para nada la película. Si no sabes qué hacer o estás aburrido, dale una oportunidad porque se la merece. Toca muchos temas, desde el racismo a la violencia doméstica, la insatisfacción femenina a muchos niveles (sentimental y sexual, para empezar), la rebeldía a lo que todos esperan, luchar por los sueños... Y los consigue desarrollar de tal manera que te tocan todos y cada uno la fibra sensible. La fotografía es realmente bonita, especialmente en algunas escenas, y el guión es más que bueno, con tintes cómicos realmente destacables. Las actrices lo bordan, se salen del papel. Mención especial para Kathy Bates, Jessica Tandy y Mary Stuart Masterson.

La sinopsis de la película según IMDB reza así:
«A housewife who is unhappy with her life befriends an old lady in a nursing home and is enthralled by the tales she tells of people she used to know.»
O en español: Una ama de casa insatisfecha con su vida entabla amistad con una anciana en una residencia y queda cautivada por las historias que le cuenta de gente que conoció.


 La sinopsis le hace muy poca justicia a la película, os lo aseguro. Merece que le deis una oportunidad y la veáis, no os vais a arrepentir (si lo hacéis, sois bienvenidos en la sección de comentarios para dar vuestra opinión).

A partir de aquí no deberías leer, si no has visto la película:
(SPOILERS A MANSALVA)
Durante la película se insinúa, o se plantea una razonable duda de si las protagonistas tienen una relación amorosa,  si se trata de una amistad o si se trata de algo más lo que te cuentan a lo largo de toda la película. En mi humilde opinión, no te decantas por la amistad o el amor, es que es un amor que, claramente, va mucho más allá de la amistad. Es más que evidente que es la historia de dos mujeres, que se quieren con locura y que pasan tanto tiempo como les es posible juntas. Y se nota en los gestos, en la manera de mirarse y rozarse... Pero no deja de ser mi opinión.

Por otro lado, ya tocando el polémico final de la película (al parecer muy discutido por ambiguo), yo creo, pese a que te cuentan que Ninny entró a la familia por un matrimonio, que Ninny es Idgie. Sobre todo por la foto de Ruth e Idgie que decoraba su habitación de la residencia, su conocimiento más que prolífico de los hechos para haber sido una mera espectadora, y que, cuando están hablando de que Idgie vive, Ninny responde que a veces le parece vislumbrarla (lo cual a mí me da a entender que es ella misma, aunque haya envejecido). Por no mencionar el tarro de miel y la nota recién puestas en la tumba, justo cuando ella ha puesto un pie allí... El libro se supone que es ligeramente diferente ¡pero lo tendréis que leer vosotros mismos para averiguarlo, se siente!

En definitiva, que incluso veinte años después, la película se mantiene muy joven y (por desgracia) muy de actualidad en algunos temas.  

Nota final: 9,5.


lunes, 16 de junio de 2014

Sincorazón (IX): Terrae et caelum



Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto, el sexto, séptimo y el octavo.      

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Me dirigí al metro sin apenas ser consciente de a dónde estaba yendo. Necesitaba pensar, recomponerme y pensar mi siguiente paso. Pensé en ir al parque del Retiro, en sentarme en medio de unos árboles donde nadie fuera a encontrarme, ni siquiera mi presente, y pudiera estar en el silencio más completo. Tan grande que se puede oír si te paras a escucharlo. Pero hay algo extrañamente reconfortante e increíblemente opresivo en el silencio más absoluto. No podía irme al silencio, el silencio como forma de vida ya había calado mucho en interior, igual que el agua se filtra, dejando humedad para siempre. 

 
Me limité a llegar a la línea circular. La estación estaba en obras, con el suelo de cemento al descubierto, en el que alguien, con un macabro sentido del humor, había dibujado una peculiar rayuela con espray blanco. Una rayuela que no parecía solo una rayuela. En la casilla de la base habían escrito «terrae» (tierra), en la cual tenías que poner los dos pies antes de empezar a saltar y a jugar propiamente dicho. Las restantes casillas, con sus respectivos números, alternando entre saltos a la pata coja y con las dos piernas, se sucedían, acercándose cada vez más a las vías. Sin embargo, no había un «caelum» (cielo) en el que posar los pies. Las casillas se precipitaban en las vías del metro, dejando la ubicación del cielo a la imaginación ¿acaso acababa la rayuela en el cielo porque lo había pintado un suicida? ¿Acaso acababa en el propio metro como símbolo de cielo? No saberlo me llenó de desazón. Quizás esa rayuela nunca tendría un fin claro, como la vida misma.

Llegó el metro y me senté en un vagón repleto de gente. Era el lugar perfecto para pensar. Nunca solo, siempre acompañado, a un paso y un lugar de paso. Observar a las personas que entran y salen en un segundo plano de tu cerebro mientras este bulle con tus pensamientos. Observar intentando extraer de ellos, de alguna manera, la sabiduría o el conocimiento que sientes que te falta. Como cuando en medio de un examen en el instituto mirabas al techo en busca de una inspiración que te cayera del cielo.
¿De dónde iban a sacar las pruebas? ¿Cómo es que no había ninguna prueba? ¿Por qué no podía ver unos informes que me correspondían por derecho? ¡Éramos familia, joder! ¡Qué menos que informarme de la investigación…! Tengo derecho a conocer esa información. Soy su mujer, no solo una simple periodista. Mi matrimonio debería servir para algo más que para hacer la declaración de la renta juntas, maldita sea.

Por desgracia, mi profesión me ha enseñado que, por lo general, las casualidades no suelen existir, menos aún en el caso de los periodistas que no son de los llamados «medios tradicionales». Los fósiles del sector detentan (que no ostentan) los hilos del poder, pero como todo, no hay mal que cien años dure. Un día, lo viejo moriría y daría paso a la sangre nueva, pero entre tanto, solo había un cisma entre periodistas y un vacío teórico en cómo enfocar el nuevo periodismo que nacía. Sacudí la cabeza y volví en mí para ver la cara de curiosidad del hombre de enfrente de mí, divertido de verme en trance, mirando al frente y al mismo tiempo no viendo nada. Sabiendo que mis pensamientos andaban muy lejos de donde estaban mis ojos en ese momento. Mis ojos se cruzaron con los suyos por un breve instante, antes de que desviara la mirada, incómodo porque le había pillado observándome, porque nos habíamos pillado en plena observación mutua, cada uno con sus respectivos pensamientos. ¿Y si era eso lo que estaba ocurriendo con Nuria? ¿Y si yo les observaba de cerca y ellos a mí también, aunque luego desviaran la mirada?

Demasiadas preguntas. Tendría que intentar tirar de amigos y contactos para ver si conseguía alguna respuesta. Bajé del metro para cambiar de dirección, recogí a Julio del colegio y volvimos a casa. Le bañé y cenamos después. Me disponía a acostarme, agotada del día, cuando vibró el móvil, en la mesilla de noche, y se le iluminó la pantalla, avisándome de tres nuevos correos. Con un suspiro, desbloqueé el móvil para ver de quién eran. Pinché en el primero para ver el remitente y no pude, decía que estaba bloqueado el visionado en dispositivos móviles. Resignada, encendí el ordenador, entré a la cuenta de correo y pinché en el correo. Se abrió una ventana nueva en la que empezaron a circular números a toda velocidad, al más puro estilo Matrix y a mí se me pusieron los ovarios de corbata, lo reconozco. Intenté cerrar la ventana, presa del pánico, pero el ordenador no me daba opción siquiera de mover el cursor. 
Finalmente, desfiló un código por la pantalla: «script» Authentication verified «script/» y la ventana se cerró, para a continuación ver que había descargado un fichero enorme, el cual analicé con el antivirus (aunque a estas alturas dudaba de que sirviera de algo) y lo abrí virtualmente.


Creo que la mandíbula me llegó al suelo cuando cargó el contenido.