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martes, 12 de junio de 2012

Minirrelato

Olvidé firmar la carta.
Tenía tantas cosas que decirte que olvidé firmar la carta. Aunque fuese anónimo, cada palabra, cada coma, cada tilde tenían impronta mía. Era yo desde las profundidades de mi interior tratando de exorcizar lo que sentía en unos cuantos caracteres tipográficos. Tenía la esperanza de que mis palabras resonaran en tu interior, y en esas reverberaciones, encontraras tu corazón no muy discordante de los anhelos del mío.
Hube de reunir todo mi valor para escribirla, al fin y al cabo, imprimir un folio con la asepsia de las máquinas era fácil, y si no salía bien la jugada podría replegarme en la cobardía de decir que «sería una broma de un graciosete». Pero elegí ser valiente e ir con mi corazón por bandera.
Joder, que imbécil fui. Te distanciaste de tal manera que parecías haberte ido al planeta de al lado, me evitabas y eras esquiva con tus gestos y miradas como si tuvieras miedo a verte en mí reflejada. Miedo a lo que podrías ver. No lloré tu distanciamiento pero sí lo que te eché de menos, hasta que me llamaste aquella tarde de sábado.
Me extrañó verte tan alterada, con la raya corrida cual antifaz de bandolero y hombros bajos. Me alegró ver que habías acudido a mí, que seguía siendo tu persona de confianza pese a la carta.
Te abrí la puerta, te senté en mi sofá y te traje un té —English Breakfast con leche y sin azúcar, como sabía que te gustaba— y pregunté qué pasaba. Entre llantinas me contabas que habías tenido una mega-discusión con tu follamigo por mí, porque repentinamente cayó en la cuenta de lo que él había conseguido: alejarla de mí por celos, por despecho de saber que jamás sería él el elegido para caminar a su lado.
Estás llorosa y temblona, te quito la taza de las manos, que apenas has tocado, y hago que te reclines en mi pecho y acaricio tu pelo sedoso mientras espero a que se cierre el grifo de lágrimas e ira. «Tssss, ya pasó, ya pasó… Estoy aquí, siempre y a cualquier hora. Siempre seré alguien en quien puedes confiar sin reservas, no llores. Por favor».
Supongo que la frecuencia de mis palabras rompió tu barrera del sonido interna, algo hizo “clinc” en tu interior dejándote quieta como una fotografía, y noté como te revolvías hasta que estabas incorporada, nuestros ojos al mismo nivel.
Y me viste por primera vez en cuatro meses, viéndome en el silencio de la intimidad. Y como si fuese de cristal de bohemia posaste tus manos de mariposa en mis pómulos. Nos veíamos, no nos mirábamos y entonces viste mis labios en el braille de los amantes.