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viernes, 15 de noviembre de 2013

Sincorazón (II): «Polvo»

Entonces, la realidad me golpeó como un mazazo. No iba a volver. No iba a estar conmigo nunca más ni criaríamos a nuestro hijo juntas. No volvería a encontrar el amor de mi vida, porque este ya había tenido lugar. Me abracé a ti una última vez, ciega de dolor y de lágrimas, tal y como estabas cuando te encontraron. Te habían limpiado la sangre seca, pero ahí acababa todo. Así debía ser. El mundo debía ser testigo del horror del odio contra un ser humano. De la muerte por el mero hecho de ser algo.
Cientos de desconocidos venían, presentaban sus respetos al salvajemente desfigurado cuerpo del amor de mi vida, con el rostro desencajado tras la primera mirada. Me ofrecían sus condolencias y me estrechaban la mano antes de retirarse discretamente. Esas personas habían ido hasta allí sólo para darme un mensaje de esperanza, de compañía, de solidaridad. Que no estaba sola, ni era la única. Que lucharían por todos los medios para que se encontrara a esos putos desgraciados y se hiciera justicia. Me hablaban de dolor y de intolerancia, de odio y de fe, de horror y de miedo, y yo sólo podía preguntarme por qué. Por qué alguien podía matar de una manera tan horrible por odiar. Cómo podía haber muerto por acostarse conmigo. Cómo. Cómo, en pleno primer mundo, se le podía arrebatar la vida a alguien solo por no ser heterosexual. Yo sólo quería que fuera feliz. Conmigo. Y ahora eso ya no iba a ser posible.
Cerraron el ataúd con un golpe seco que retumbó en los comedores de todos los televidentes que seguían la retransmisión. Horror en primer plano, tan cercano a ellos como el súper de su casa. Horror para hacerles reaccionar. Mientras, mis lágrimas seguían cayendo como un suave chirimiri.
Primer puñado de tierra: «Polvo seremos, amor mío (..sniifff..); más polvo enamorado». Segundo puñado: «Mami...». Tercer puñado: «Mamá, te amamos y no te olvidaremos». Cuarto puñado: «…».
Todo era irreal. No podía estar pasando. Sencillamente no podía. Esas flores eran demasiado brillantes, la tierra era demasiado fina para ser real, el ataúd de roble estaba rodeado de demasiadas flores. Mi amor verdadero no podía estar enterrado ahí. No era real. Intentaba caminar sin tambalearme, pero el dolor era demasiado grande para permitírmelo.  Intentaba que mis piernas, único sustento en el mundo, siguieran sustentándome, pero mis cimientos estaban comidos por el mar de mis lágrimas. Intentaba tenerme en pie.
Hasta que desaparecí.

Si no has leído el capítulo anterior: click para leer el primer capítulo.

Sincorazón (I)

Todo estaba lleno de flores. Recuerdo ese día como si fuera ayer. Nunca dejará de ser ayer para mí… hasta que ya no lo sea, quizá. Las lápidas reposaban en silenciosas hileras junto a chopos y cipreses que rompían el tremebundo silencio con el rumor de sus hojas. Había cientos de personas allí congregadas. No conocía a casi nadie, pero todos lloraban de manera más o menos disimulada. Éramos personas con el corazón encogido, con el alma sobrecogida del mal que yace en el ser humano. Había múltiples coronas de flores que rodeaban la fosa y el ataúd que esperaba a ser enterrado, a ser sepultado en el acogedor semiolvido.
Despedían a una mujer fuerte, que jamás puso una queja fuera de sitio; trabajadora, ya que nunca le faltó comida en la mesa a su niño; valiente, pues vivió de acuerdo a lo que era y no lo que se esperaba; amada, pues encontró a su alma gemela… y odiada por ser cómo era.
Una mujer lloraba desconsoladamente, sus hipidos rompían el silencio como el cristal y era el centro de todas las miradas, junto con un niño pequeño que aferraba su peluche con una mano y con la otra a su madre, haciendo pucheros al ataúd y a la gente que le rodeaba. Demasiado pequeño e ingenuo para conocer el alcance de todo aquello.
Nunca se lo perdonaría. Sabía que nunca se perdonaría el haber salido con vida y ella no. Cuando aquellos tres tipos empezaron a decir obscenidades y a manosearlas el trasero, no pensó que llegarían tan lejos. Repetiría en bucle en su cabeza esos segundos cruciales de angustia. Esos segundos en los que intentaron repeler sus manos como tentáculos, dispuestas a ablandar a los pulpos. Esos segundos en los que propinó un par de golpes, y luego el mundo se volvió negro. Volvió para no volver a verle nunca más.
Le encontraron dos días después amordazada en el maletero de un coche robado. La habían maniatado, violado y sometido a quién sabe qué vejaciones. Hasta que su cuerpo dijo basta, y la abandonaron para que muriera. Poco pudo hacer la policía o los paramédicos. Esos hijos de mala madre le habían arrancado la vida a ella y a su niño. Y le habían arrancado el corazón de cuajo. Ya no tenía corazón, pues iba en ese ataúd casi todo. El único pedacito restante pertenecía a esa personita que le aferraba la mano con sus deditos minúsculos. El pedacito que amaría hasta el fin de sus días.

¡Y sólo por ser quién era! Por encontrar a las personas equivocadas en el momento equivocado. Por no haber podido defenderla... Era tanto dolor, tanta impotencia, tanta rabia, tanto amor, tantísimo amor… Me estaba partiendo en dos.
¡¡¡PUTO MUNDO ABERRANTE, ELLA NO TE HIZO NADA, DEBISTE LLEvarme a mí…!!! ¡Debiste llevarme a mí! ¡debiste llevarme a mí, maldita sea!. Las palabras salían de mí en un torrente imparable de ira ciega y dolor. ¡MIERDA PUTA! ¡JODER! ¡SON ESOS MALNACIDOS LOS QUE DEBERÍAN ESTAR BAJO TIERRA Y NO TÚ!... ¿Por qué?... ¿¡por qué…!?.  Las lágrimas no me dejaban ver la cara de terror del niño que me aferraba, ni las manos que me sujetaban para que no me cayera al suelo. No podía con eso. No, no, no, no. ¿Cómo no iba a volver a verla nunca? Tenía un niño que cuidar, no me podía dejar sola, volvería en cualquier momento, seguro.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Fraseos rápidos n.º 5

                                                          Nacemos como morimos.
                                                      Ciegos, inválidos y dependientes.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Madrid

Madrid, Madrid, Madrid. Te dejo para quizá no volver.




Eres una amante exigente, un lugar en donde la vida es casi un milagro, sin apenas recursos naturales que la propiciaran. Eres una amante rebosante de vida y energía. Múltiples personas deambulan por tu superficie y tus kilométricas y motorizadas entrañas, pero muy pocas llegan a tu corazón. Personas que llegan y se van todos los días. Que van y vuelven a una determinada parte de tu anatomía, a veces, todos los días; a veces, tres días a la semana; a veces, una sola vez en el mes, el año o el trienio. Personas que se han visto crecer entre paseos a La mallorquina, visitas a los jardines de Sabatini, domingueos en el templo de Debod y noches de alcohol y desenfreno en los bajos de Argüelles, Malasaña, Hortaleza… Personas que han visto la libertad de amar y la valentía de los que se atrevieron a  hacerlo en Chueca en primer lugar y luego en el resto de la capital.
             Madrid, Madrid, Madrid, eres capital en todo y centro de los pecados capitales también. Eres capital del pecado de la lujuria, pecado que me hace insaciable devota de ti y tus calles, de ti y tu mezcolanza de aromas, idiomas, culturas y personas. Insaciable devota de tus calles bullentes de vida que no duermen nunca, de tus noches en blanco y de tus noches de música a tope hasta que retumba el cerebro. Insaciable devota de tus calles abarrotadas de mesas, sillas, cervezas, tapas, turistas y autóctonos que las pueblan zumbando y parloteando al ritmo que permite la gran ciudad.
           
Capital del pecado de la gula, me convierte en una insaciable devota del sabor de Madrid con mayúsculas: el café con leche del bar de siempre servido por el camarero de toda la vida; prototipo de camarero de camisa blanca, pantalón negro y algún que otro kilo de más. De los bocatas de calamares de la Plaza Mayor. De los churros con chocolate a horas más que intempestivas en San Ginés. De las napolitanas de chocolate de La mallorquina. De las aceitunas que te sirven de aperitivo. Del pincho de tortilla que, ocasionalmente, acompaña el café de media mañana. De las raciones de chopitos y de croquetas.
      Capital del pecado del orgullo, pues sus calles son en donde conocí la libertad de ser y ellas despertaron dicho sentir en mí.     
        Capital del pecado de la envidia, pues mucho se envidian sus habitantes entre sí, mucho envidian al mundo y muchos habitantes del mundo envidian a la ciudad.
        Capital del pecado de la pereza, pues el duro estío trae este pecado aparejado con cuarenta grados a la sombra y el asfalto semiderretido adhiriéndose a tus suelas.
       Capital del pecado de la ira, pues lo que algunos gobernantes hacen contigo, Madrid querido, clama al cielo. Capital del pecado de la ira también por ser objeto de las iras de nuestros compatriotas, al ser capital administrativa del Reino de España y sus desmanes económicos…

Y por último, capital del pecado de la soberbia, pues te yergues soberbia como todo buen españolito. Sin apenas nada, pero creyendo tenerlo casi todo.

martes, 10 de septiembre de 2013

Septiembre

Septiembre con "S". 
Con ese de sangre, de sufrimiento, de soportar. De sol, de sudor, de "seguiré ahí". Con ese de salado, de sabor, de salario. 
Con "e" de esfuerzo, de emocionante, de emotivo. 
Con "pe" de patada, de prueba, de paz. 
Con "te" de trabajo, de tiempo, de tela. 
Con "i" de ilusión e ilusionante, de increíble, de incertidumbre. 
Con "e" de estudios, de emprendedor. 
Con "eme" de mierda, de martirio, de maravilla, de magia. 
Con "be" de borrachera, de bonito y batalla. 
Con "erre" de roca, de rachas y robos. 
Con "e" de EMPEÑO.



Pd. Estoy empezando a publicar mis propias fotos, ¡espero que me digáis que os parecen!

martes, 3 de septiembre de 2013

Don Juan

No más insatisfacciones.
           La soledad del Don Juan, el vacío interior y el vórtice espiritual. Los que atraen a mucha gente a su alrededor y cama se creen dioses... Pobres ilusos, pues sufren la peor condena de todas: la condena a la insatisfacción eterna. Nada les llena ni les basta, todo es vano y vacío, y sus semanas son solo sucesiones de días repletas de completos desconocidos en su cama. Compartiendo almohada con vaya usted a saber quién y un agujero negro retorciéndose sobre sí mismo en su pecho. Eterno vacío. Eterna insatisfacción y desazón por ello.


            Si lo hubieran probado, lo cambiarían todo. TODO por una pizca del amor del de verdad. El que hace que tiembles cuando piensas tan sólo en el hecho de ver a esa persona marcharse por una puerta... para no volver más. El que te hizo florecer aunque fuera efímeramente y luego te dejase marrón y arrugado. El que te dejó sin aliento la primera vez que oíste esas dos palabras que detienen el tiempo y el latir de los corazones.
             El que te hizo sentirte tan humano como se pueda ser y de cálido sentimiento te inundó.

martes, 30 de julio de 2013

La belleza está en el interior

          Te dicen continuamente que la belleza está en el interior. Que lo importante es que crezcas fuerte, sano y responsable como buenos adultos que se supone que deben ser. Te dicen eso mientras miran el último grito en dietas milagro o hablan de lo gordos que se están poniendo con una lata de cerveza o una copa de vino en la mano y un trozo de pan en la otra. 

«La belleza está en el interior», pero «¿dónde vas con esa facha? ¡Ni se te ocurra!» y «qué arrugas más feas, compraré una crema anti-aging, anti-manchas, rejuvenecedora-lifting over 9000». 

La belleza está en el interior, pero vigila qué comes para no engordar y dejar de ser bella (de acuerdo a los actuales "cánones"); no bebas por la misma razón y porque "no es de señoritas"; no duermas poco, que las ojeras te afean; no fumes, porque perjudica y te arruina los dientes (con lo que afea eso); cuida de que no te salgan manchas, que afean mucho. Y así ad infinitum.

Critican famosas, parientes, amigos... que han engordado, envejecido o sencillamente, se han afeado. Rara vez dirán que tienen un pensamiento o un cerebro "sucio" (ya sean ratas de alcantarilla), pero ese resto de comida entre los dientes queda ahí fijado en su memoria.

Te dicen «la belleza está en el interior», pero jamás intentarán embellecerte con buenos libros que hayan leído o con buenos saberes que hayan aprendido a lo largo de su experiencia vital. Te embellecerán con ropa bonita y maquillaje (si eres fémina). 

Fin de la historia.




miércoles, 12 de junio de 2013

Era una tarde de invierano.
El verano se resistía a llegar. Los rayos de sol regalaban calidez con su roce, pero a medida que caía la tarde, el aire frío que corría se encargaba de arrebatarte todo atisbo de calor, obligándote a arrebujarte en tu chaqueta.

Una azotea con pufs, con un escenario y unos cuantos "vips" repartidos por el lugar, pero no me importaban, ni eran más especiales que quien se sentada a mi vera. Una oportunidad única y exclusiva traída en bandeja de plata y servida con reverencias.
Una hora en otra parte del mundo. En una parte en la que las preocupaciones, problemas y desgracias no pueden alcanzarte. Una hora evadida a la negrura. Una hora queriendo buscar tus manos y tus labios, ocupados con una cámara y concentración respectivamente, y conteniéndose.

Una canción de amor en nuestra lengua nativa que suena a foránea en labios de una extranjera. Una cadencia líquida como la melaza. Una música que nos acoge en su seno y hace latir al unísono los corazones. Se desliza suavemente entre melodías y compases y yo me deslizo entre ellos buscándote desesperadamente. Necesito encontrar tus labios para desfogar mi corazón de tan grande es lo que siento. No cuido ya de miradas ajenas, pues en ese preciso instante necesito rozar tus labios, necesito que sepas que, pese a ser una de tantas canciones que desconozco, me ha llegado al corazón. Mejor dicho, que me has llegado al corazón.

Necesito ese instante para tenerlo grabado a fuego en mi memoria. Para que sea mi consuelo en mis momentos flacos. Para que sepas cuantísimo te quiero. Para tenerlo, siempre que pierda el norte, como brújula.
Encuentro tus labios de soslayo, tu frente apoyada en mi cuello y en ese preciso momento, noto que hemos escapado a la vida. Porque aquí no nos alcanza.



viernes, 3 de mayo de 2013

martes, 12 de marzo de 2013

Fraseos rápidos nº 4



                         La lógica apela a la cabeza y la poesía, al corazón... Lo cual no deja de ser lógico.

lunes, 11 de marzo de 2013

11 de marzo de 2004


Hoy es 11 de marzo.
Nueve años después seguimos sin saber qué mano negra accionó el detonador que llamaría a la muerte para segar más de dos centenares de vidas. Doscientas vidas arrancadas con violencia, grabando un mensaje de miedo en cada extremidad que quedó huérfana por amputación en el suelo. Un mensaje de odio y violencia que aún hoy rechina en la estación de Atocha y El Pozo cuando el tren pasa.
Un mensaje de odio y violencia injustificados, dirigido contra las abejas y no contra las abejas reina. Unas mochilas que cargaban con odio en vez de con cultura que lo mitigase. Unas mochilas que se llevaron por delante no solo a los pasajeros, sino a todas las familias y allegados también. Ese día no murieron doscientas personas. Murieron dos mil o tres mil contando con los que viven muertos aún hoy día.
Pero ese día también renacieron otros cientos o miles. Ese día renacieron todas los que llegaban tarde y perdieron ese tren que les convenía. Los que se tiraron el café del desayuno encima por andar adormilados, a los que se les olvidó algo y tuvieron que volver a por ello, a los que su mascota ese día les hizo pis en la alfombra o jugó con los mandos del garaje hasta que les agotó las pilas y no pudieron sacar el coche sin invertir el doble de tiempo.

Toda esa gente renació porque llegaron tarde y nunca llegaron. Parte de ellos viajaba con los pasajeros que estallaron en pedazos con el tren. Parte de ellos sentía que habían hecho un quiebro a la muerte. Habían ganado la lotería de la vida.

Ese 11 de marzo todo un país quedó a la escucha de la onda expansiva de terror. La ciudad de Madrid ofreció su carne y su sangre con voluntarios trabajando a base de sangre, sudor y lágrimas. Con carne que no volvería a ser la misma aunque ellos fueran vivos entre los muertos. Ofreció su sangre con donaciones de sangre.
Un esfuerzo demente por reparar lo irreparable.

Aún hoy solo queda una pregunta flotando como el fantasma de todos los ausentes. Una pregunta que recorre los andenes como un viento cálido y hace mirar con resquemor cualquier objeto perdido. Una pregunta que ha marcado una generación, una generación que ese fatídico día se olvidó de respirar mientras retransmitían a personas de mirada vidriosa y heridas múltiples, sentados, llorando, al lado de mantas reflectantes de las que asomaba un pie descalzo. 
Mientras retransmitían el dolor de una sola pregunta: ¿por qué?.

viernes, 15 de febrero de 2013

Lupo

Llevaba días caminando. Sus pisadas ni iban ni venían de ningún lado. Eran tan sólo una sucesión de infinitas marcas personales que serían borradas con la caída de un nuevo manto blanco. El silencio era sobrecogedor. La nieve que recubría ese inhóspito desierto de hielo actuaba como un agujero negro, absorbiendo todo sonido de vegetación o vida y redoblando la sensación de muerte.
    No perseguía un fin concreto atravesando el desierto de hielo. Era un viejo elefante que se apartaba de su mundo para abandonar el mundo de la misma manera en que entró en él: solo. Sus pies marcaban el rumbo con cansancio, esperando el momento en que uno fallara y ya no pudiera volver a levantar. Y quedara yaciendo sobre la nieve como una mancha de su inmaculada blancura.
   
    Su aliento se congelaba en sus pestañas, empeñado en hacerle abandonar el mundo tal y como a él vino: ciego, el frío rigidificaba sus articulaciones y cada vez más, el calor abandonaba su cuerpo.                     Cayó pesadamente en la nieve con un ruido sordo que nada ni nadie oyó salvo los pinos y abetos circundantes. Su cabeza reposaba en la nieve, exenta de todo dolor o cansancio físico. Esperaba imperturbable que la muerte, como buena dama que era, le diera un último abrazo amoroso antes de llevárselo acunándolo en sus brazos guadaña en ristre.

    Entonces lo vio acercarse desde su inmutabilidad. Se acercaba lentamente, con la cruz moviéndose al ritmo de sus pasos. Era el rey de aquel paraje. Con las orejas en ristre y el porte orgulloso hacía su entrada triunfal. Restos de sangre cubrían su hocico y cuello, un olor penetrante emanaba de él, tanto más intenso cuanto más cercano estaba.
    La nieve empezaba a cubrir sus piernas con una capa de hielo fina como el azúcar glaseado. Su cerebro observaba con curiosidad lo que podría ser su causa de la muerte mientras su instinto de conservación mandaba señales de alerta roja para que se pusiera en movimiento.
   Finalmente, ahí estaba. El aliento pestilente le golpeaba las fosas nasales y la cara como una racha de viento cálido y pútrido. Su mirada le estudiaba con cautela, unos ojos ambarinos que se clavaban en sus pupilas como dagas. El pelaje era pardo y grisáceo, tupido y lustroso como recién engrasado. Sus patas eran dignas de un oso y pisaban su capa con arrogancia. Su vida dependía de sus colmillos y garras y de cuanto hubiera pasado el gigantesco lobo sin catar una presa fresca, una presa con sangre aún corriendo por las venas cuando eran devoradas.
    Sintió las oleadas de aliento que exhalaba el hocico del animal mientras olfateaba su cuerpo y le invadió una sensación a medio camino entre la tranquilidad de saber que iba a morir de cualquier manera y la desazón, por no saber si llegaría a tener que sentir el desmembramiento o no. Cerró los ojos cuando sintió el aliento en el cuello. Se aproximaba su fin. Su corazón empezó a latir con violencia y todo su cuerpo se puso en tensión sin que pudiera evitarlo, aguardando lo inevitable.

    Sin embargo, su cuerpo fue lo suficientemente clemente para detener su corazón súbitamente y no dejarle apenas sentir como la bocaza del lobo, con sus imponentes colmillos, se abría y los dejaba relucir sobre la nieve antes de hundirse como agujas de hielo en su yugular. La vida se le escapó a borbotones dejando tan sólo su capa y una gigantesca mancha roja en su lugar. Vino solo a este mundo, vivió como un lobo solitario y ahora, un lobo solitario se cobraba su vida, como él se había cobrado otras tantas en el transcurrir de su vida.

Lupo era su nombre, y siempre había carecido de destino.

 

miércoles, 9 de enero de 2013

AAAARRRRRRGHHHHHHHH

Llevo unos días rumiando esta entrada. Llevo unos días como un volcán a punto de entrar en erupción. Todo por algo que debiera ser tan sencillo y elemental como cambiar de compañía. PUES NO. Esto es lo más parecido a cagarles en el felpudo a la panda de chorizos, timadores (y un par de calificativos que me ahorro para no ser repetitiva), aunque quisiera cagarles en la almohada.
La situación es más o menos la que sigue:
Mi contrato vence. Me llaman de distintas operadoras para ofrecerme renovar con ellos. Mi excompañía (R/Vobafone) me ofrece mantener mi tarifa tal cual y darme un terminal nuevo bastante mediocre, pero mejor que la puta mierda de blackberry. Decido que me convence y acepto. Voy a la tienda a completar la renovación. ¡Pero, oh, fatalidad! Tengo que cambiarme a su nueva mierda de tarifa (con 500 sms 'gratis' como 500 mierdas y un porrón menos de minutos) y además pagar un pastizal por el terminal si quiero el teléfono. JAJAJAJAJAJAJAJA.
Siguiente paso: Orange y su tarifa más parecida a la mía anterior. Me regalan un terminal (mejor), pago menos al mes y en menos de una semana tendría el terminal en mis manos. Ohhhhhh ¿es eso del horizonte el Edén...?
LOS COJONES.
Ahí comienza una guerra de llamadas en la que me llaman casi cada día ofreciéndome "ofertas" que me dan ganas de reír porque se piensan que soy gilipollas. Teleoperador@s más inútiles que la g de gnomo, más incapaces de mirar unas simples características de un teléfono que cualquier usuario medio y unas tarifas sencillamente incomprensibles y asombrosamente caras para la mierda que son. Me decido por Orange (Mierdistar/Movistar lo descarto de entrada por razones éticas) y Vobafone me llama en un desesperado intento por que me quede ¡ofreciéndome pagar diez euros más al mes y dándome un terminal que llevaría lo menos tres años de desfase!. Me río por no llorar y comienzo la portabilidad decidida a dejar atrás de una vez por todas el infierno que supone cambiar de compañía. Es cuando YA está comenzada cuando Vobafone vuelve a llamarme para ofrecerme lo que yo considero la tarifa ¡Nooooooooooo... no te vayaaaaaas! y decido que ya está bien de mamoneo y que les van a dar por saco por liantes y oscurantistas.
Todo queda cerrado y visto para sentencia y yo ya solo puedo ansiar el día en que llegue el teléfono y pueda almacenar como material de construcción la blackberry...
Me encuentro con que la portabilidad ha sido hecha a tiempo y en su fecha... Todo perfecto salvo por un pequeño detalle: NO TENGO NI EL TELÉFONO NI LA SIM EN MI PODER.

¿Y eso qué significa, Señorita Iracunda? Que estoy entre Pinto y Valdemoro con la putada adicional de que, además, estoy sin teléfono ni físico ni metafórico. Perfecto. Tras nada más y nada menos que dos viajes a la tienda y media hora colgada al teléfono (la vez que me lo cogieron de las tantas que llamé) consigo que me digan que, con suerte, mi teléfono llega mañana (al fin) y ellos se llevan una bonita hoja de reclamaciones (con la que muy probablemente se limpien el culo) con la que siento que al menos he ejercitado mi derecho a la pataleta ya que no puedo hacer nada más por joderles.

Así que ahí va un poquito de mi ira y de mi mierda aunque no os interese y mi más ferviente esperanza de que llegue mañana y no me dé una embolia de la ira.
¡¡¡Pudríos en el infierno, malditas!!!.


lunes, 7 de enero de 2013

Situaciones típico/tópicas del homosexual (III)

Número 4 o «Estoy de acuerdo siempre y cuando no sea en público»
¿DOBLE RASERO? ¿DÓNDE?
Sí, amigos bloggeros, esta es una respuesta no tan infrecuente cuando se le pregunta a una persona de a pie si está a favor o en contra de la homosexualidad (por otro lado... algo tan absurdo como estar en contra de que salga la Luna). 
Esta situación es especialmente hilarante cuando el interlocutor en cuestión desconoce que uno o más integrantes de la conversación que está teniendo lugar es homosexual/bisexual. Sale el tema de refilón y se deja caer la pregunta «¿Y tú, qué opinas de los gais?» (¿Hola? ¡Las lesbianas existimos!).
Entonces, con total naturalidad y absoluto desparpajo, sobre todo si tu interlocutor tiene de treinta y pico 'p'arriba' te dará la susodicha respuesta. Y a ti se te quedará el doble rasero incrustado en donde no luce el sol con una pregunta que te comerá por dentro: ¿Y por qué cojones es lícito que una pareja hetero se dé el lote a todo meter casi donde y cuando quiera y no se les mira mal?. Que, digo yo, que con eso del igualitarismo que propugnamos, lo coherente debiera ser que o todos o ninguno, eh. Que si el amor es ofensivo lo es en todas las variantes de dicho sentimiento. 
Lo mejor de esto es que se quedan tan 'oreaos' tras soltar la frasecita. Puedes reírte internamente, intentar convencer o hacer gala de un pasotismo extremo típicamente español. 

Número 5 o «Astillas de estupidez»
Me temo que esta es una pregunta bastante común «¿Quién es el 'hombre' y quién la 'mujer'?». Queridos ignorantes del mundo, ahí va una revelación: si eres lesbiana es porque eres mujer y te gustan otras mujeres; si eres gay es porque eres hombre y te gustan los hombres. De ser de otro modo sería porque te consideres transexual, intersexual o vaya usted a saber. Es decir, dos mujeres o dos hombres en una relación que se quieren y aceptan como hombres y mujeres respectivamente y punto. Si hablamos de los roles y comportamientos esperados de un hombre o una mujer (cosa que es arbitraria y no decidido por la sociedad sino impuesta inconscientemente) es otra historia. 
Conclusión: pregunta a unos palillos chinos quien es el tenedor y quien la cuchara. 

Número 6 o «Me voy a hacer bollera» 
¿Quién no ha pasado por esta cómica situación? Uno está hablando con una amiga que sufre/ha sufrido un fuerte desengaño amoroso recientemente y en medio de la llorera-histeria-ira, suelta la frasecita. Parece ser que no encuentra mejor salida para su despecho que la homosexualidad... ¿En serio?. ¿De verdad la gente se cree que uno "se hace" gay/les/bi como si se chasqueasen los dedos? ¿Que por estar con alguien de tu mismo sexo las cosas son más fáciles o todo es un camino empedrado con gominola y pétalos de flores y unicornios bailando la macarena? 
Queridas amigas heterosexuales, ERROR. Si de por sí sabemos lo complicadas que somos las mujeres (en la mayoría de los casos)... ¿dos juntas? ¡Equivalente a complicación al cuadrado! ¡Sin olvidar dos menstruaciones juntas y-o simultáneas! ¡¡¡SSSSÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ!!! 
Y eso por no hablar del incómodo hecho de que abandonarás la cómoda heterosexualidad para incursionar en el mundo de los cuchicheos y los correveidiles que llevarán la nueva. (Gais de mi corazón, suponiendo que alguno lo lea, no os sintáis discriminados, pero no puedo hablar de algo que no conozco sin ponerme en ridículo y no quiero ofender con suposiciones desacertadas). 
Así que, si 'eliges' ser bóller, te toca repetir pantalla y vivir la adolescencia y sus hormonas, sus montañas rusas emocionales, su no atreverse/poder presentar a la novia... y contarles a tus progenitores algo tan sencillo como que quieres a alguien. Hale, ¿te animarías o implosionarías? Voto por lo segundo, y si no lo harías, al menos no lo hagas porque puedes romper un corazón ajeno a tus pajas mentales


viernes, 4 de enero de 2013

Descripciones (I)


El arpón atrapa sueños
Es calificado como objeto decorativo mientras adorna una balda de salón. Mide no más de veinte centímetros de largo, con tres de grosor y un estrechamiento progresivo que llega hasta el pico curvo, diseñado para aferrarse al objetivo y no soltarle. En este arpón, el pico tiene dientes de sierra que hacen patente esta finalidad.
Habitualmente, está compuesto por dos partes: un mango de hueso tallado a partir del fémur de una pantera y una flecha hecha de platino. En este arpón, además de estar rematada en sierra la flecha, tiene ribetes plateados que configuran filigranas a lo largo y ancho del mango. El hueso está tallado con relieves de espumas marinas, tritones, sirenas y peces casi en su totalidad. El lugar honorífico del mango está ocupado por Poseidón, dios griego del mar, tallado con todos los detalles imaginables.  La flecha no tiene un color definido, es iridiscente y cambia de color con los cambios de luz.
 Puede ser usado por cualquier persona, sin distinción de razas, sexos o sexo con el que se acuesten. Dejar fuera del alcance de niños menores de doce años; su uso inadecuado puede producir lesiones. Empléese preferentemente cuando el durmiente se encuentre en fase de sueño profundo, cuidando de acertar al sueño y no al yaciente accidentalmente.
Láncese contra la neblina onírica que flote en el entorno del durmiente, recoja el arpón cuidando de no desgarrar el sueño al desincrustarlo de los dientes de sierra e introdúzcalo en una botella. Respire el sueño de la botella para repetirlo. Precaución, los sueños excesivamente desgastados causan intoxicación leve.


Decoración exótica
Parecía un simple objeto de decoración que cogía polvo en la balda del salón. Alargado como un pequeño machete, con un estrechamiento gradual que desembocaba en un pico curvado y unos dientes de sierra afilados, pero exquisitamente delicados, que lo convertían en un objeto ciertamente deslumbrante. Es evidente que los dientes sirven a una finalidad obvia —no soltar la presa—, pero me preguntaba qué podían aferrar en un hábitat tan poco propicio a la caza.
Lo examiné muy atentamente y descubrí que no era un todo como había imaginado, sino que tenía una minúscula juntura entre el mango y la flecha. La flecha, a mi inexperto ojo, parecía hecha de platino y su superficie refulgía y cambiaba de color con cada rayo de luz que recibía. Era, sin duda alguna, el objeto más bello que había contemplado.
Impresión que se vio reforzada al contemplar el mango. Presumiblemente hecho de hueso, estaba tallado con relieves en su totalidad. Eran de lo más variopintos, desde espuma de olas —rotas— con regusto de amargura pasando por tritones, sirenas y peces que inspiraban libertad. Todo ello sazonado con unos preciosos ribetes plateados que tejían filigranas entre los seres marinos. Tuve que rotar el arpón un poco para poder observar al Poseidón que estaba tallado en el lugar honorífico del mango. Era una figura tan exquisitamente tallada que podía sentir como sus mudos ojos me traspasaban, me imbuían de un regusto de poder más antiguo que el propio tiempo. Y me hizo recordar la utilidad de tan particular objeto: cazar sueños para poder volver a soñarlos.
Ningún requisito para atrapar sueños salvo puntería y madurez para ello. Tan gelatinosos como los peces y tan difíciles de pescar como estos. Tan fácilmente almacenables y tan fácilmente corrompibles e intoxicantes como sus escamas. Por eso tenía semejantes dientes el arpón, para retenerlos bien fuerte.