El arpón atrapa sueños
Es calificado
como objeto decorativo mientras adorna una balda de salón. Mide no más de
veinte centímetros de largo, con tres de grosor y un estrechamiento progresivo
que llega hasta el pico curvo, diseñado para aferrarse al objetivo y no
soltarle. En este arpón, el pico tiene dientes de sierra que hacen patente esta
finalidad.
Habitualmente,
está compuesto por dos partes: un mango de hueso tallado a partir del fémur de
una pantera y una flecha hecha de platino. En este arpón, además de estar
rematada en sierra la flecha, tiene ribetes plateados que configuran
filigranas a lo largo y ancho del mango. El hueso está tallado con relieves de
espumas marinas, tritones, sirenas y peces casi en su totalidad. El lugar
honorífico del mango está ocupado por Poseidón, dios griego del mar, tallado
con todos los detalles imaginables. La
flecha no tiene un color definido, es iridiscente y cambia de color con los
cambios de luz.
Puede ser usado por cualquier persona, sin distinción de razas, sexos o sexo con
el que se acuesten. Dejar fuera del alcance de niños menores de doce años; su
uso inadecuado puede producir lesiones. Empléese preferentemente cuando el
durmiente se encuentre en fase de sueño profundo, cuidando de acertar al sueño
y no al yaciente accidentalmente.
Láncese
contra la neblina onírica que flote en el entorno del durmiente, recoja el
arpón cuidando de no desgarrar el sueño al desincrustarlo de los dientes de
sierra e introdúzcalo en una botella. Respire el sueño de la botella para
repetirlo. Precaución, los sueños excesivamente desgastados
causan intoxicación leve.
Decoración exótica
Parecía un
simple objeto de decoración que cogía polvo en la balda del salón. Alargado
como un pequeño machete, con un estrechamiento gradual que desembocaba en un pico
curvado y unos dientes de sierra afilados, pero exquisitamente delicados, que lo
convertían en un objeto ciertamente deslumbrante. Es evidente que los dientes
sirven a una finalidad obvia —no soltar la presa—, pero me preguntaba qué
podían aferrar en un hábitat tan poco propicio a la caza.
Lo examiné
muy atentamente y descubrí que no era un todo como había imaginado, sino que
tenía una minúscula juntura entre el mango y la flecha. La flecha, a mi
inexperto ojo, parecía hecha de platino y su superficie refulgía y cambiaba de
color con cada rayo de luz que recibía. Era, sin duda alguna, el objeto más
bello que había contemplado.
Impresión que
se vio reforzada al contemplar el mango. Presumiblemente hecho de hueso, estaba
tallado con relieves en su totalidad. Eran de lo más variopintos, desde espuma
de olas —rotas— con regusto de amargura pasando por tritones, sirenas y peces
que inspiraban libertad. Todo ello sazonado con unos preciosos ribetes
plateados que tejían filigranas entre los seres marinos. Tuve que rotar el
arpón un poco para poder observar al Poseidón que estaba tallado en el lugar
honorífico del mango. Era una figura tan exquisitamente tallada que podía
sentir como sus mudos ojos me traspasaban, me imbuían de un regusto de poder
más antiguo que el propio tiempo. Y me hizo recordar la utilidad de tan
particular objeto: cazar sueños para poder volver a soñarlos.
Ningún
requisito para atrapar sueños salvo puntería y madurez para ello. Tan
gelatinosos como los peces y tan difíciles de pescar como estos. Tan fácilmente
almacenables y tan fácilmente corrompibles e intoxicantes como sus escamas. Por
eso tenía semejantes dientes el arpón, para retenerlos bien fuerte.
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