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miércoles, 22 de enero de 2014

Sincorazón (IV): «Duelo»

Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo y el tercero.


Día D. Ya estoy en casa. Mariam y Aleix están conmigo. Vamos a pasar una temporada juntos. Tenemos que hacer cuña ante la vida, y como el escuadrón romano, nos replegamos antes de atacar. Hoy es el primer día que vuelvo a casa desde que tú no estás. Hoy es el primer día en que mi hogar ha dejado de existir. Todo sigue tal y como lo dejamos, incluso aún huele a ti la almohada. Tu cepillo de dientes está aún besando al mío. Mi reflejo no soy yo. Estas ojeras no me pertenecen, esta mirada difusa tampoco, y mis ojos rojos e inflamados como tomates cherry, menos aún. Pero parece ser que sí, que no he dejado de existir por extraño que (me) parezca.

Tus padres son fabulosos, Aleix hace todo lo que puede por ocuparse de Julio; y Mariam de mí. Aleix se lo lleva al parque cuando me desmorono. Mariam ha rechazado por mí a no sé cuántos “periodistas” que querían hacer carnicería a mi costa; cocina para todos y consigue mantener el tipo cuando Julio pregunta por ti. Ojalá no tuviera que estar haciendo eso… Ojalá yo no fuera tan débil. Me han dado la excedencia en el trabajo, un par de compañeros me han llamado para ver qué tal estoy, pero no tengo fuerzas para descolgar el teléfono y romperme por enésima vez. En mi sección de Ágora tan solo hay un lacónico puñado de bits que justifican mi ausencia: «cerrado por defunción», pero tu entierro y mi dolor han sido retransmitidos a medio mundo. No soy capaz de escribir sin escribirte, no soy capaz de pensar sin pensarte, no puedo querer sin quererte. Tendrán que apañárselas sin mí en el periódico. Hoy los villanos modernos, los que trafican influencias, los que desvían fondos a paraísos fiscales, estarán de celebración; bebiendo y fumando hasta la extenuación porque una chinita en su zapato se ha pulverizado.


Ya ha pasado una semana, parece mentira. Una semana y un día desde que te di el último beso de hasta luego en tus inermes labios. Una semana llorando ininterrumpidamente. Una semana sangrando por las noches y cicatrizando de día. Una semana en la que siempre estás presente aunque siempre estés ausente. Una semana en la que mi peluche ha sido una caja de valerianas y pañuelos de tamaño industrial. Creo que no puedo seguir llorando. No me quedan lágrimas ya para llorarte, ni palabras que puedan expresar lo que siento. El espejo me revuelve las tripas, no me reconozco en él, y Julio a veces me tiene miedo. Hoy me he mirado por última vez en ese maldito espejo y lo he roto en mil pedazos. Cada fragmento me devolvía una imagen que me repelía, y me repelían tanto las partes como el conjunto. Se fue a la basura sin contemplaciones.


Casi dos semanas y media se han esfumado ya y apenas me he dado cuenta… Me estoy lavando los dientes en un lavabo sin espejo. He decidido independizarme de ese espejo de tres al cuarto que me pareció que nunca encajó realmente en nuestro baño. No lo necesito. Me enjuago la boca, hago gárgaras con el colutorio y dejo el cepillo en su sitio. Sin embargo, tu cepillo no va a besar al mío nunca más, igual que yo no te voy a besar nunca más, pues ya no procede y yo no debo estancarme. Lo cojo del vaso con un nudo en la garganta y un hilo de lágrimas asomando ¿quién pensaría que iba a durar más él que tú en nuestra casa? Mariam me mira comprensiva mientras yo, indecisa, piso a medio gas el pedal que abre la papelera. Se acerca a mí con dulzura, toma mis manos entre las suyas y deshace mi puño suavemente. Cayó con un ruido sordo sobre unas mondas de patatas, y cayó la realidad con él.


Ya hace casi un mes desde que te arrebataron de mi lado. Sigue sin haber noticias de la policía. Nadie sabe nada, nadie ha oído nada ni ha escuchado decir. No me cabe en la cabeza ¿cómo es eso posible? El crimen perfecto no existe, o no sería tal por ser indetectable… ¿pero entonces? ¿Cuántos días más iban a pasar antes de que realmente hicieran algo? ¿Qué les tomaba tanto tiempo? ¿Iban a hacer algo por atrapar a esos malnacidos, hijos de Satán?

Continuará...

lunes, 13 de enero de 2014

Sincorazón (III): «Sentir»

Reaparecí en el mundo un rato después. Rodeada de gente ajena tendiendo sus manos en un desesperado intento por traerme a la vida. Por reanimar mi mutilado casi inexistente corazón de vuelta a la vida. De vuelta ente los vivos cuando parte de mí vagaba por la laguna de Caronte. Montones de gente que me miraban, que me sonreían entre sollozos y narices sofocadas, intentando darme esperanza, fuerza y vida. Vida para reanimar mi moribunda alma, para no desfallecer en mi crianza en solitario. Todo era tan irreal… podía verme rodeada de gente absolutamente extraña y amiga al mismo tiempo. Todos llorando y sonriéndole a mi pequeñín (nuestro), jugando con él y haciéndole muevas y carantoñas para distraerle de mí, tirada en el suelo como un muñeco de trapo.
Sus abuelos estaban un poco alejados del tumulto, abrazándose y llorando desconsoladamente, la abuela con la cara enterrada en un pañuelo de tela bordado, el abuelo, con el sombrero caído en el suelo, a su lado, y las lágrimas cayendo en la chaqueta de su esposa.

Me echaron un poco de agua en la cara con una botella de plástico y me dieron de beber otro tanto con sumo cuidado. Hice amago de levantarme y decenas de manos me agarraron solícitas. Entre ellas, la de Mimi, mi mejor amiga de siempre y para siempre.
Estaba mareada, pero podía notarlo todo, sentirlo todo. Cómo caía esa hoja muerta del árbol cuyas ramas eran nuestro techo. Cómo mis ojos se anegaban y desbordaban, dejando grandes surcos en mis mejillas. Cómo ese tacto de piel humana calmaba el dolor como si fuera una inyección de morfina directa al corazón. Cómo estaba siendo objeto de todas las miradas de las cámaras de televisión. Podía sentir como todas las banderitas de colores ondeaban con una racha de viento, cantando un himno de lucha y dignidad. De no olvido ni perdón. De injusticia y dolor.

Podía sentir la energía fluir, cómo la ira, la angustia, la rabia, la impotencia y el dolor se elevaban como una nube de vapor sobre la masa, yéndose con las lágrimas en una catarsis colectiva. En un intento de honrar su memoria, la memoria de alguien cuyo único fallo había sido atreverse a amar con locura, y por ende, sin restricciones.
Podía sentir el viento acariciar las coronas de flores, haciendo restallar las cintas que las acompañaban como látigos que fustigaban la impunidad de los salvajes que la habían matado. Podía sentir toda la fuerza que emanaba de esa mano amiga que me ataba a la realidad.
Abracé con toda mi alma a Julio, el pequeñín, que abrazaba a su peluche como si se lo fueran a quitar, antes de tomarle de la mano. Le necesitaba para atarme a la cordura dentro de la terrible locura que estaba viviendo.

Me encontré abrazada a Mariam, su abuela, mientras tomaba consciencia de que no podía dejarme ir, de que no podía abandonarme sin más, pues Julio me necesitaba.



Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo y el segundo.