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jueves, 17 de julio de 2014

Sincorazón (X): Emails



Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto, el sexto, séptimo, el octavo y el noveno.


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Lo primero que mostró fue un escaneo del informe inicial de su asesinato. Estaba redactado en el típico estilo policial. Neutro. Aséptico. Frío como su cadáver. Su descripción era tan ajena a mí… Nuria era mucho más que una mujer caucásica de complexión media, metro sesenta y cinco, cabello pelirrojo presumidamente teñido y ojos marrones. Ella era la chispa de la vida, era el motor que movía mi existencia. Era energía pura, como el resplandor de un relámpago. Nunca quieta, siempre en movimiento. Incansable e inagotable como un pequeño sol. Un pequeño sol que alumbraba mi vida. Es curioso cómo de ajena me sentía leyendo ese informe. Era como si ese informe perteneciera a alguien absolutamente remoto y desconocido.

Cuanto más leía, más ajeno me era todo. Delante de mí tenía las circunstancias y pruebas detalladas que se hallaron. Lugar donde se halló el hecho: Los Rosales, Móstoles, polígono industrial del suroeste de Madrid. Motivo de la investigación inicial: llamada a las 8:07 am de un hombre, en un visible estado de agitación, pidiendo ayuda para una mujer en el interior de un coche que parecía inconsciente. Se le solicitó que intentara comprobar las constantes vitales de la persona en el interior del vehículo y permaneciera atenta a cualquier posible movimiento. Las puertas estaban bloqueadas. Una unidad salió para allá dos minutos más tarde. El rastreador de llamadas proporcionó la dirección exacta: Calle C, número 15. El interlocutor no acertaba a dar un número exacto e insistía en la ayuda médica. Un minuto después la ambulancia habló con la central y se unió a la patrulla en camino. La ambulancia llegó veinte minutos después al lugar desde el que se había hecho la llamada, seguida de cerca por la patrulla de policía.

La patrulla ordenó al personal sanitario esperar mientras forzaban la puerta para abrir el vehículo, modelo Renault Clio de color azul. Se utilizó una palanca estándar. La puerta se abrió, dejando caer dos cajas de cartón vacías que mantenían el cuerpo erguido. A continuación, se procedió a extraer el cuerpo del vehículo con ayuda de los paramédicos. La víctima estaba desnuda de cintura para abajo. Presentaba abundantes signos de violencia física y abundantes rastros de sangre seca por todo el cuerpo, incluyendo rostro, torso y extremidades inferiores y superiores. El cuerpo ya estaba rígido con el rigor mortis, pero atenuado por la cálida temperatura del interior del coche. Los paramédicos taparon el cadáver con una manta térmica y certificaron la muerte, ya que poco se podía hacer ya. La causa de la muerte parecía ser de naturaleza violenta y parecía estar implicada una probable agresión sexual.

La patrulla llamó a la central a las 9:40 am, solicitando un juez y un equipo científico para que levantaran el cadáver, tomaran muestras y se iniciara la instrucción preliminar. Los alrededores fueron examinados en busca de un posible testigo. Una calle vacía enfrente de una nave industrial cerrada: desierto. El único testigo era el hombre que había realizado la llamada, al cual se le tuvieron que suministrar sedantes por un ataque de ansiedad. La víctima no portaba ningún documento identificativo consigo, por lo que se procedió a tomarle las huellas como precaución antes de que el cuerpo se degradara más.
El equipo científico llegó a la escena del crimen a las 10:10 am, junto con el juez. Se levantó acta y se procedió a trasladar el cuerpo a la morgue para practicarle la autopsia…

El documento se extendía dos páginas más relatando la entrada a la morgue, pero fui incapaz de leer más. Mi cerebro no procesaba. Opté por averiguar qué otros archivos contenía el fichero. ¡Bingo! Me había tocado una grotesca lotería: la autopsia de Nuria, el análisis del coche, las pesquisas en torno a su identidad, el peinado de la zona donde fue hallada, informes posteriores… Todo lo que hubiera podido desear y más. Las lágrimas se agolparon en mis ojos, ciega de ira porque sabía que nunca podría usar esos documentos como prueba de nada, al haber sido obtenidos por medios ilícitos ¿pero qué culpa tenía yo de que me hubieran llovido del cielo? ¿Me estaría alguien tendiendo una trampa? ¿Era una broma macabra de algún hacker malnacido? ¿Cómo había conseguido esos documentos? ¿Quién me los había enviado y por qué?

Por un momento consideré a la inspectora Zambrano, pero lo deseché con un movimiento de cabeza. No tenía sentido, no había mostrado ninguna voluntad de cooperación ¿y por qué se jugaría así el pellejo por algo que ni le iba ni le venía? No, definitivamente, no tenía ningún sentido. Con el puntero a punto de pinchar en otro documento, inmersa en mis cavilaciones, el ordenador se apagó de golpe. Ya no se volvió a encender. Como con mis neuronas, renuncié a encenderlas y me metí a la cama, rogando con todo mi corazón que la inconsciencia me llevara pronto, pues mi mente era una tempestad de ideas que se golpeaban unas a otras, pugnando por ocupar el mejor sitio.

Acabé por recurrir al Diazepam.