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viernes, 6 de julio de 2012

Tenemos un miedo terrible al silencio. Vivimos en un mundo donde el silencio no está permitido, todo está lleno de bocinazos, pitidos, murmullo de coches rugiendo sobre el asfalto, aviones que atronan a su paso, el bip del microondas, el silbido de la cafetera, el ding-dong del ascensor, la música del mp3, del móvil, el tono del mensaje, del whatsapp, del twitter, del facebook, del flickr. Las televisiones del metro, los organilleros, el músico ambulante y el que simplemente pide a voz en cuello.
El silencio implica que estamos solos nosotros y nuestros pensamientos. Pararse y escucharse es pararse a ver un tsunami arrollarlo a uno a cámara lenta.

Una certeza puede golpear fuerte, pero nueve certezas son muchas certezas para enfrentarlas todas de golpe... Y, por eso, evitamos el silencio. Posponemos el silencio todo lo posible, y a veces, lo enfrentamos como un instante congelado al infinito, una frialdad que aguarda al acecho.

Mas hay que ser cautelosos, no solo el fuego quema el alma.