No hace mucho
estuve yo haciendo el cambio de ropa estacional (y sí, yo me salto lo del «hasta
el cuarenta de mayo…» porque estoy un poco loca). Y sacando y metiendo ropa,
poniendo bolas de naftalina (esas cosas redondas que, por definición, huelen a
vieja) me vino a la cabeza mi «armariosis», o hinchazón naricil de estar en el
armario allá por mis tiempos del instituto. Esos tiempos en los que lo que
apestaba a naftalina era yo. Ais. El caso es que limpiando y requetelimpiando
me puse a pensar en aquella gente con la que me cruzaba en el insti y el «gaydar»
empezaba a gritar. Era gracioso porque eran secretos a voces, pero no se sabía
nada «oficialmente» ¿por qué? Porque mi instituto era de fachas, de tener siete
hermanos y de militares a mansalva. Os podéis imaginar… Claro, así he salido
yo; más rara que un perro verde con lunares coloraos.
No puedo
evitar preguntarme qué fue de todas aquellas personas y si sufrirían la misma
«armariosis» que yo aunque fuera unos años más tarde. Cuando maricón y bollera (y más el primero que el segundo,
gracias a la doble invisibilización de ser mujer y lesbiana) eran insultos más que habituales en nuestra
más tierna edad ¿acaso no repercute en ti, en tu autoestima? Ese lenguaje puede
calar en ti y cambiar radicalmente la manera en que te ves. Hasta el punto de
que te consideres un enfermo, un desgraciado, un contra natura… Y suma y sigue.
Si tú que me lees tienes unos padres que piensan eso o cosas peores, no desesperes.
Que
vivimos en una sociedad heterocentrista, eso no es discutible, pero que el
poder para cambiar las cosas es limitado, también. Por desgracia, los
adolescentes homosexuales rechazados tienen un riesgo ocho veces mayor de
suicidarse (¡¡!!), pero eso no significa que no haya nada que se pueda hacer,
ni mucho menos. A lo que yo iba, que una manera de combatir esta «armariosis»
es salir del armario. Pero no de puntillas, no. A patadas. Demostrar que estás
hartx, que estás muy cabreadx de esconderte y no ser tú mismx. Arrearle un buen
puntapié a la puerta de la prisión maldita y decidirse a vivir requiere valor,
es tirarse en paracaídas emocionalmente. Pero al final, la cosa se reduce a lo
siguiente: ¿hay otra vida aparte de esta para ser feliz?
A mí, personalmente, me pasó eso, que acabé
hasta el nepe de oler a naftalina, de andar susurrando por las esquinas y de
chocarme con las perchas (por desgracia, nunca encontré Narnia), y le acabé
arreando tal patadón a la puerta, que no quedó ni una bisagra en pie. Siempre
es más fácil cuando cuentas con gente en la que apoyarte, pero si no, si has
llegado hasta aquí en este tocho petardo, yo te digo que toda una comunidad online te apoya. No eres la/el únicx, no
estás solx. Hay miles de personas a las que acudir si lo necesitas. ¡Vive, te
lo mereces! Disfruta del aire libre, de cada soplo de él cuándo puedas
respirarlo. No olvidéis que «Veritas vos
liberabit», o lo que es lo mismo, que «la verdad os hará libres».
(Desafortunadamente,
a veces el olor a naftalina tarda en desaparecer, pero es mucho mejor que el
olor a amargura rancia).