Nacemos como morimos.
Ciegos, inválidos y dependientes.
miércoles, 16 de octubre de 2013
sábado, 14 de septiembre de 2013
Madrid
Madrid,
Madrid, Madrid. Te dejo para quizá no volver.
Eres una amante exigente, un lugar en donde la vida es casi un milagro, sin apenas recursos naturales que la propiciaran. Eres una amante rebosante de vida y energía. Múltiples personas deambulan por tu superficie y tus kilométricas y motorizadas entrañas, pero muy pocas llegan a tu corazón. Personas que llegan y se van todos los días. Que van y vuelven a una determinada parte de tu anatomía, a veces, todos los días; a veces, tres días a la semana; a veces, una sola vez en el mes, el año o el trienio. Personas que se han visto crecer entre paseos a La mallorquina, visitas a los jardines de Sabatini, domingueos en el templo de Debod y noches de alcohol y desenfreno en los bajos de Argüelles, Malasaña, Hortaleza… Personas que han visto la libertad de amar y la valentía de los que se atrevieron a hacerlo en Chueca en primer lugar y luego en el resto de la capital.
Madrid,
Madrid, Madrid, eres capital en todo y centro de los pecados capitales también.
Eres capital del pecado de la lujuria, pecado que me hace insaciable devota de
ti y tus calles, de ti y tu mezcolanza de aromas, idiomas, culturas y personas.
Insaciable devota de tus calles bullentes de vida que no duermen nunca, de tus noches
en blanco y de tus noches de música a tope hasta que retumba el cerebro.
Insaciable devota de tus calles abarrotadas de mesas, sillas, cervezas, tapas,
turistas y autóctonos que las pueblan zumbando y parloteando al ritmo que
permite la gran ciudad.
Capital del pecado de la gula, me convierte en una insaciable devota del sabor de Madrid con mayúsculas: el café con leche del bar de siempre servido por el camarero de toda la vida; prototipo de camarero de camisa blanca, pantalón negro y algún que otro kilo de más. De los bocatas de calamares de la Plaza Mayor. De los churros con chocolate a horas más que intempestivas en San Ginés. De las napolitanas de chocolate de La mallorquina. De las aceitunas que te sirven de aperitivo. Del pincho de tortilla que, ocasionalmente, acompaña el café de media mañana. De las raciones de chopitos y de croquetas.
Capital del pecado del orgullo, pues sus calles son en donde conocí la libertad de ser y ellas despertaron dicho sentir en mí.
Capital
del pecado de la envidia, pues mucho se envidian sus habitantes entre sí, mucho
envidian al mundo y muchos habitantes del mundo envidian a la ciudad.
Capital
del pecado de la pereza, pues el duro estío trae este pecado aparejado con
cuarenta grados a la sombra y el asfalto semiderretido adhiriéndose a tus
suelas.
Capital
del pecado de la ira, pues lo que algunos gobernantes hacen contigo, Madrid
querido, clama al cielo. Capital del pecado de la ira también por ser objeto de
las iras de nuestros compatriotas, al ser capital administrativa del Reino de
España y sus desmanes económicos…
Y
por último, capital del pecado de la soberbia, pues te yergues soberbia como
todo buen españolito. Sin apenas nada, pero creyendo tenerlo casi todo.
martes, 10 de septiembre de 2013
Septiembre
Septiembre con "S".
Con ese de sangre, de sufrimiento, de soportar. De sol, de sudor, de "seguiré ahí". Con ese de salado, de sabor, de salario.
Con "e" de esfuerzo, de emocionante, de emotivo.
Con "pe" de patada, de prueba, de paz.
Con "te" de trabajo, de tiempo, de tela.
Con "i" de ilusión e ilusionante, de increíble, de incertidumbre.
Con "e" de estudios, de emprendedor.
Con "eme" de mierda, de martirio, de maravilla, de magia.
Con "be" de borrachera, de bonito y batalla.
Con "erre" de roca, de rachas y robos.
Con "e" de EMPEÑO.
Pd. Estoy empezando a publicar mis propias fotos, ¡espero que me digáis que os parecen!
Con ese de sangre, de sufrimiento, de soportar. De sol, de sudor, de "seguiré ahí". Con ese de salado, de sabor, de salario.
Con "e" de esfuerzo, de emocionante, de emotivo.
Con "pe" de patada, de prueba, de paz.
Con "te" de trabajo, de tiempo, de tela.
Con "i" de ilusión e ilusionante, de increíble, de incertidumbre.
Con "e" de estudios, de emprendedor.
Con "eme" de mierda, de martirio, de maravilla, de magia.
Con "be" de borrachera, de bonito y batalla.
Con "erre" de roca, de rachas y robos.
Con "e" de EMPEÑO.
Pd. Estoy empezando a publicar mis propias fotos, ¡espero que me digáis que os parecen!
martes, 3 de septiembre de 2013
Don Juan
No más insatisfacciones.
La soledad del Don Juan, el vacío interior y el vórtice espiritual. Los que atraen a mucha gente a su alrededor y cama se creen dioses... Pobres ilusos, pues sufren la peor condena de todas: la condena a la insatisfacción eterna. Nada les llena ni les basta, todo es vano y vacío, y sus semanas son solo sucesiones de días repletas de completos desconocidos en su cama. Compartiendo almohada con vaya usted a saber quién y un agujero negro retorciéndose sobre sí mismo en su pecho. Eterno vacío. Eterna insatisfacción y desazón por ello.
Si lo hubieran probado, lo cambiarían todo. TODO por una pizca del amor del de verdad. El que hace que tiembles cuando piensas tan sólo en el hecho de ver a esa persona marcharse por una puerta... para no volver más. El que te hizo florecer aunque fuera efímeramente y luego te dejase marrón y arrugado. El que te dejó sin aliento la primera vez que oíste esas dos palabras que detienen el tiempo y el latir de los corazones.
El que te hizo sentirte tan humano como se pueda ser y de cálido sentimiento te inundó.
La soledad del Don Juan, el vacío interior y el vórtice espiritual. Los que atraen a mucha gente a su alrededor y cama se creen dioses... Pobres ilusos, pues sufren la peor condena de todas: la condena a la insatisfacción eterna. Nada les llena ni les basta, todo es vano y vacío, y sus semanas son solo sucesiones de días repletas de completos desconocidos en su cama. Compartiendo almohada con vaya usted a saber quién y un agujero negro retorciéndose sobre sí mismo en su pecho. Eterno vacío. Eterna insatisfacción y desazón por ello.
Si lo hubieran probado, lo cambiarían todo. TODO por una pizca del amor del de verdad. El que hace que tiembles cuando piensas tan sólo en el hecho de ver a esa persona marcharse por una puerta... para no volver más. El que te hizo florecer aunque fuera efímeramente y luego te dejase marrón y arrugado. El que te dejó sin aliento la primera vez que oíste esas dos palabras que detienen el tiempo y el latir de los corazones.
El que te hizo sentirte tan humano como se pueda ser y de cálido sentimiento te inundó.
martes, 30 de julio de 2013
La belleza está en el interior
Te dicen continuamente
que la belleza está en el interior. Que lo importante es que crezcas fuerte,
sano y responsable como buenos adultos que se supone que deben ser. Te dicen
eso mientras miran el último grito en dietas milagro o hablan de lo gordos que se
están poniendo con una lata de cerveza o una copa de vino en la mano y un trozo
de pan en la otra.
«La belleza está en el
interior», pero «¿dónde vas con esa facha? ¡Ni se te ocurra!» y «qué
arrugas más feas, compraré una crema anti-aging, anti-manchas,
rejuvenecedora-lifting over 9000».
La belleza está en el interior,
pero vigila qué comes para no engordar y dejar de ser bella (de acuerdo a los
actuales "cánones"); no bebas por la misma razón y porque "no es
de señoritas"; no duermas poco, que las ojeras te afean; no fumes, porque
perjudica y te arruina los dientes (con lo que afea eso); cuida de que no te
salgan manchas, que afean mucho. Y así ad infinitum.
Critican famosas, parientes, amigos... que han engordado, envejecido o sencillamente, se han afeado. Rara vez dirán que tienen un pensamiento o un cerebro "sucio" (ya sean ratas de alcantarilla), pero ese resto de comida entre los dientes queda ahí fijado en su memoria.
Te dicen «la belleza está en el interior», pero jamás intentarán embellecerte con buenos libros que hayan leído o con buenos saberes que hayan aprendido a lo largo de su experiencia vital. Te embellecerán con ropa bonita y maquillaje (si eres fémina).
Fin de la historia.
miércoles, 12 de junio de 2013
Era una tarde de invierano.
El verano se resistía a llegar. Los rayos de sol regalaban calidez con su roce, pero a medida que caía la tarde, el aire frío que corría se encargaba de arrebatarte todo atisbo de calor, obligándote a arrebujarte en tu chaqueta.
Una azotea con pufs, con un escenario y unos cuantos "vips" repartidos por el lugar, pero no me importaban, ni eran más especiales que quien se sentada a mi vera. Una oportunidad única y exclusiva traída en bandeja de plata y servida con reverencias.
Una hora en otra parte del mundo. En una parte en la que las preocupaciones, problemas y desgracias no pueden alcanzarte. Una hora evadida a la negrura. Una hora queriendo buscar tus manos y tus labios, ocupados con una cámara y concentración respectivamente, y conteniéndose.
Una canción de amor en nuestra lengua nativa que suena a foránea en labios de una extranjera. Una cadencia líquida como la melaza. Una música que nos acoge en su seno y hace latir al unísono los corazones. Se desliza suavemente entre melodías y compases y yo me deslizo entre ellos buscándote desesperadamente. Necesito encontrar tus labios para desfogar mi corazón de tan grande es lo que siento. No cuido ya de miradas ajenas, pues en ese preciso instante necesito rozar tus labios, necesito que sepas que, pese a ser una de tantas canciones que desconozco, me ha llegado al corazón. Mejor dicho, que me has llegado al corazón.
Necesito ese instante para tenerlo grabado a fuego en mi memoria. Para que sea mi consuelo en mis momentos flacos. Para que sepas cuantísimo te quiero. Para tenerlo, siempre que pierda el norte, como brújula.
Encuentro tus labios de soslayo, tu frente apoyada en mi cuello y en ese preciso momento, noto que hemos escapado a la vida. Porque aquí no nos alcanza.
viernes, 3 de mayo de 2013
Viajeros
En cada puerto, un beso.
En cada beso, un marino.
Por cada marino, una rosa
y por cada rosa, un destino.
En cada beso, un marino.
Por cada marino, una rosa
y por cada rosa, un destino.
martes, 12 de marzo de 2013
lunes, 11 de marzo de 2013
11 de marzo de 2004
Hoy es 11 de marzo.
Nueve años después seguimos sin saber qué mano negra accionó el detonador
que llamaría a la muerte para segar más de dos centenares de vidas. Doscientas
vidas arrancadas con violencia, grabando un mensaje de miedo en cada extremidad
que quedó huérfana por amputación en el suelo. Un mensaje de odio y violencia
que aún hoy rechina en la estación de Atocha y El Pozo cuando el tren pasa.
Un mensaje de odio y violencia injustificados, dirigido contra las abejas y
no contra las abejas reina. Unas mochilas que cargaban con odio en vez de con
cultura que lo mitigase. Unas mochilas que se llevaron por delante no solo a
los pasajeros, sino a todas las familias y allegados también. Ese día no
murieron doscientas personas. Murieron dos mil o tres mil contando con los que viven
muertos aún hoy día.
Pero ese día también renacieron otros cientos o miles. Ese día renacieron
todas los que llegaban tarde y perdieron ese tren que les convenía. Los que se
tiraron el café del desayuno encima por andar adormilados, a los que se les
olvidó algo y tuvieron que volver a por ello, a los que su mascota ese día les
hizo pis en la alfombra o jugó con los mandos del garaje hasta que les agotó
las pilas y no pudieron sacar el coche sin invertir el doble de tiempo.
Toda esa gente renació porque llegaron tarde y nunca llegaron. Parte de
ellos viajaba con los pasajeros que estallaron en pedazos con el tren. Parte de
ellos sentía que habían hecho un quiebro a la muerte. Habían ganado la lotería de la vida.
Ese 11 de marzo todo un país quedó a la escucha de la onda expansiva de terror. La ciudad de Madrid ofreció su carne y su sangre con voluntarios trabajando a base de sangre, sudor y lágrimas. Con carne que no volvería a ser la misma aunque ellos fueran vivos entre los muertos. Ofreció su sangre con donaciones de sangre.
Un esfuerzo demente por reparar lo irreparable.
Aún hoy solo queda una pregunta flotando como el fantasma de todos los ausentes. Una pregunta que recorre los andenes como un viento cálido y hace mirar con resquemor cualquier objeto perdido. Una pregunta que ha marcado una generación, una generación que ese fatídico día se olvidó de respirar mientras retransmitían a personas de mirada vidriosa y heridas múltiples, sentados, llorando, al lado de mantas reflectantes de las que asomaba un pie descalzo.
Mientras retransmitían el dolor de una sola pregunta: ¿por qué?.
viernes, 15 de febrero de 2013
Lupo
Llevaba días caminando. Sus pisadas ni iban ni venían de ningún lado. Eran tan sólo una sucesión de infinitas marcas personales que serían borradas con la caída de un nuevo manto blanco. El silencio era sobrecogedor. La nieve que recubría ese inhóspito desierto de hielo actuaba como un agujero negro, absorbiendo todo sonido de vegetación o vida y redoblando la sensación de muerte.
No perseguía un fin concreto atravesando el desierto de hielo. Era un viejo elefante que se apartaba de su mundo para abandonar el mundo de la misma manera en que entró en él: solo. Sus pies marcaban el rumbo con cansancio, esperando el momento en que uno fallara y ya no pudiera volver a levantar. Y quedara yaciendo sobre la nieve como una mancha de su inmaculada blancura.
Su aliento se congelaba en sus pestañas, empeñado en hacerle abandonar el mundo tal y como a él vino: ciego, el frío rigidificaba sus articulaciones y cada vez más, el calor abandonaba su cuerpo. Cayó pesadamente en la nieve con un ruido sordo que nada ni nadie oyó salvo los pinos y abetos circundantes. Su cabeza reposaba en la nieve, exenta de todo dolor o cansancio físico. Esperaba imperturbable que la muerte, como buena dama que era, le diera un último abrazo amoroso antes de llevárselo acunándolo en sus brazos guadaña en ristre.
Entonces lo vio acercarse desde su inmutabilidad. Se acercaba lentamente, con la cruz moviéndose al ritmo de sus pasos. Era el rey de aquel paraje. Con las orejas en ristre y el porte orgulloso hacía su entrada triunfal. Restos de sangre cubrían su hocico y cuello, un olor penetrante emanaba de él, tanto más intenso cuanto más cercano estaba.
La nieve empezaba a cubrir sus piernas con una capa de hielo fina como el azúcar glaseado. Su cerebro observaba con curiosidad lo que podría ser su causa de la muerte mientras su instinto de conservación mandaba señales de alerta roja para que se pusiera en movimiento.
Finalmente, ahí estaba. El aliento pestilente le golpeaba las fosas nasales y la cara como una racha de viento cálido y pútrido. Su mirada le estudiaba con cautela, unos ojos ambarinos que se clavaban en sus pupilas como dagas. El pelaje era pardo y grisáceo, tupido y lustroso como recién engrasado. Sus patas eran dignas de un oso y pisaban su capa con arrogancia. Su vida dependía de sus colmillos y garras y de cuanto hubiera pasado el gigantesco lobo sin catar una presa fresca, una presa con sangre aún corriendo por las venas cuando eran devoradas.
Sintió las oleadas de aliento que exhalaba el hocico del animal mientras olfateaba su cuerpo y le invadió una sensación a medio camino entre la tranquilidad de saber que iba a morir de cualquier manera y la desazón, por no saber si llegaría a tener que sentir el desmembramiento o no. Cerró los ojos cuando sintió el aliento en el cuello. Se aproximaba su fin. Su corazón empezó a latir con violencia y todo su cuerpo se puso en tensión sin que pudiera evitarlo, aguardando lo inevitable.
Sin embargo, su cuerpo fue lo suficientemente clemente para detener su corazón súbitamente y no dejarle apenas sentir como la bocaza del lobo, con sus imponentes colmillos, se abría y los dejaba relucir sobre la nieve antes de hundirse como agujas de hielo en su yugular. La vida se le escapó a borbotones dejando tan sólo su capa y una gigantesca mancha roja en su lugar. Vino solo a este mundo, vivió como un lobo solitario y ahora, un lobo solitario se cobraba su vida, como él se había cobrado otras tantas en el transcurrir de su vida.
Lupo era su nombre, y siempre había carecido de destino.
No perseguía un fin concreto atravesando el desierto de hielo. Era un viejo elefante que se apartaba de su mundo para abandonar el mundo de la misma manera en que entró en él: solo. Sus pies marcaban el rumbo con cansancio, esperando el momento en que uno fallara y ya no pudiera volver a levantar. Y quedara yaciendo sobre la nieve como una mancha de su inmaculada blancura.
Entonces lo vio acercarse desde su inmutabilidad. Se acercaba lentamente, con la cruz moviéndose al ritmo de sus pasos. Era el rey de aquel paraje. Con las orejas en ristre y el porte orgulloso hacía su entrada triunfal. Restos de sangre cubrían su hocico y cuello, un olor penetrante emanaba de él, tanto más intenso cuanto más cercano estaba.
La nieve empezaba a cubrir sus piernas con una capa de hielo fina como el azúcar glaseado. Su cerebro observaba con curiosidad lo que podría ser su causa de la muerte mientras su instinto de conservación mandaba señales de alerta roja para que se pusiera en movimiento.
Finalmente, ahí estaba. El aliento pestilente le golpeaba las fosas nasales y la cara como una racha de viento cálido y pútrido. Su mirada le estudiaba con cautela, unos ojos ambarinos que se clavaban en sus pupilas como dagas. El pelaje era pardo y grisáceo, tupido y lustroso como recién engrasado. Sus patas eran dignas de un oso y pisaban su capa con arrogancia. Su vida dependía de sus colmillos y garras y de cuanto hubiera pasado el gigantesco lobo sin catar una presa fresca, una presa con sangre aún corriendo por las venas cuando eran devoradas.
Sintió las oleadas de aliento que exhalaba el hocico del animal mientras olfateaba su cuerpo y le invadió una sensación a medio camino entre la tranquilidad de saber que iba a morir de cualquier manera y la desazón, por no saber si llegaría a tener que sentir el desmembramiento o no. Cerró los ojos cuando sintió el aliento en el cuello. Se aproximaba su fin. Su corazón empezó a latir con violencia y todo su cuerpo se puso en tensión sin que pudiera evitarlo, aguardando lo inevitable.
Sin embargo, su cuerpo fue lo suficientemente clemente para detener su corazón súbitamente y no dejarle apenas sentir como la bocaza del lobo, con sus imponentes colmillos, se abría y los dejaba relucir sobre la nieve antes de hundirse como agujas de hielo en su yugular. La vida se le escapó a borbotones dejando tan sólo su capa y una gigantesca mancha roja en su lugar. Vino solo a este mundo, vivió como un lobo solitario y ahora, un lobo solitario se cobraba su vida, como él se había cobrado otras tantas en el transcurrir de su vida.
Lupo era su nombre, y siempre había carecido de destino.
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