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lunes, 10 de marzo de 2014

Sincorazón (VI): Colegio

Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo, el tercero y el cuarto y el quinto .



Hoy toca recoger a Julio del colegio y afrontar todo lo que ello conlleva. Los “abus” están empacando sus cosas, es hora de volver a casa, de normalizar todo lo posible esta inmensa anomalía. Toca ducharse, vestirse, preparar la merienda, recoger la cocina, lavarse los dientes, echarse algo de perfume y andando. Cojo el metro casi con inseguridad, miro y remiro la dirección del andén por el miedo a equivocarme y llegar tarde. El tren emerge del túnel como una aparición, trepidando de una manera ensordecedora, y un centenar de viajeros nos agolpamos a las puertas mientras esperamos para entrar. La mujer que está esperando delante de mí lleva una capucha con pelo sintético y hace que me pique la nariz. Un hombre ha salido y me ha guiñado un ojo. El o la de detrás no hace otra cosa que teclear en el móvil, puedo oírlo como un cliqueteo constante. Hay demasiada gente dentro y fuera del vagón para mi gusto, demasiado ruido para la silenciosa soledad que se ha instalado en mi interior.
            Al fin llego al colegio, a esas puertas rojas abiertas de par en par que bullen del tránsito de ajetreados padres, ajetreadas madres, abrumados abuelos y abuelas y niños de todas las edades. Me adentro en el patio del colegio, feo como él solo, y me dirijo a la zona reservada a los alumnos de educación infantil, en donde diviso a Julio pintando muy afanosamente junto a una niña. La maestra se adelanta a recibirme con gesto circunspecto y celeridad.
―Hola, Blanca ¡cuánto tiempo!
―Sí, bueno… Las cosas están siendo bastante duras… ―me miraba penetrantemente con un asomo de pena―, ya sabes…
―Te doy mi más sentido pésame ―me puso una mano en el hombro para reforzar sus palabras―, si necesitas algo para ti o para Julio, sabes que puedes acudir a mí o al claustro de profesores. Aún estamos conmocionados con la noticia.
—Je ―era inevitable que una sonrisa irónica asomase a mis labios― pues si tú estás conmocionada…
—¡Perdóname! He sido una bruta, no debería haber dicho eso ―plegó las manos en su barbilla, en el gesto de súplica más antiguo del mundo―, de verdad que lo siento.
Vi como su gesto se ablandaba con preocupación genuina, y todo lo que salió de mis labios fue un lacónico «la vida sigue». Sus labios se fruncieron un instante fugaz antes de que continuara la charla.
―Tienes buen aspecto.
―Mejor que el que tenía el día del entierro, sin duda —¿qué pretendía hacer, humor negro?—, pero gracias. Al menos ya no parezco un zombi.
―(…) Supongo que es bueno saberlo… Quería hablarte de Julio, si tienes un momento.
―Claro, dime.
―Verás… —empezó a retorcer la cuerda del collar que llevaba— He estado observando a Julio desde que… desde aquello, y últimamente apenas juega con los otros niños, solo dibuja y dibuja junto a Anabel.
―¿Deduzco que Anabel es la niña de rizos negros de su lado?
―Sí, esa es. El caso es que todos sus dibujos son, por así decirlo, “peculiares”.
―No hace falta que des rodeos, Lumi.
―Mejor te los enseño.
Sacó una carpetita de la mochilita que llevaba y me la tendió, un poco vacilante. Abrí la carpeta y les eché un largo vistazo a los dibujos. Estaba muerta de miedo de lo que fuera a encontrarme, y con los dibujos delante… tenía motivos para ello. Al principio parecían paisajes con sus arbolitos de copa redonda, su sol sonriente que ocupaba media página, la casa triangular sin ventanas, pero con chimenea… Y luego veías los «bonus»: rectángulos con un monigote dentro, un montón de escamas de dragón en fondo verde que resultaban ser lápidas, monigotes llorando desde una nube y un largo etcétera. Se me debió ir descomponiendo el gesto de tal manera que me quitó la carpeta de las manos y la cerró con un gesto suave.
―Joder, joder, joder… ¿cómo no me habéis llamado o algo antes?
―Blanca, no lo sabíamos. A simple vista no es fácil saber, y menos cuando son tan pequeños.
―¿Qué puedo hacer, Lumi? ¿Busco un psicólogo? ¿Hablo con el del colegio? —notaba la angustia subir por mi garganta—.
―Lo primero, relájate. ¿Has hablado con él de esto? De la muerte, quiero decir.
―Bastantes veces… todas y cada una de las veces que me ha preguntado por su madre.
―Vamos observarle un poco más de tiempo, creo que está interiorizándolo a través de los dibujos, y quizá en un par de semanas haya conseguido asimilar la idea de la muerte. No es tan malo como parece en los dibujos ¿vale? Tranquila.
―Espero de todo corazón que tengas razón —la angustia comenzaba a bajar de mi atenazada garganta—. Gracias. Gracias por estar pendiente de mi hijo.
―Es mi trabajo, Blanca. No tienes nada que agradecer.


―Claro que te lo tengo que agradecer. Eres un cielo.
Se le veía mucho más relajada, como un cielo cubierto de nubes que se abre y deja pasar el sol. Ya no estábamos tensas, y se notaba. El claro de nubes se volvió a oscurecer cuando frunció el ceño viendo algo que estaba a mi espalda.
―Perdona, Blanca, pero te tengo que dejar. ¡Julio, mira quién está aquí!
Vi a ese pedacito de ternura levantar la cabeza del papel, mirarme e iluminársele la cara. Se levantó corriendo, le dijo adiós a su compi de dibujo, que siguió enfrascada con sus pinturas, y se me acercó corriendo con el dibujo ondeando con esa descoordinación tan adorable que le caracterizaba. Se lanzó a mis piernas, me dio un gran “abrazo”, mejor dicho, a mis piernas, y luego se me enganchó de la mano.
―Vamos, Julio. Dile hasta mañana a Lumi.
―Adiós, seño.
―Hasta mañana —le dijo con una gran sonrisa—.
―Supongo que mañana nos vemos, gracias por todo otra vez.
En este punto de la conversación estaba más preocupada de lo que ocurría a mis espaldas que en lo que yo decía… A saber qué estaría viendo ¿un niño haciendo una travesura? Me giré, Julio le dijo adiós agitando su manita, y nos encaminamos a la salida. Lo único que vi fue a una pareja que me miró con cara entre despectiva y de pocos amigos. Un mal día lo tiene cualquiera, pero no sé yo si eso es para preocuparse tanto, pero en fin. Julio, mientras tanto, empezó a parlotear sobre su día y sus «seños». Al final, el trago no había sido tan duro como yo pensaba que iba a ser, gracias al cielo.
 

2 comentarios:

  1. Qué duro. Perder a una madre o un padre tan pronto siempre me ha parecido algo bastante duro y difícil por no decir imposible de superar.

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    1. Supongo que dependerá de la persona y las circunstancias personales. No lo sé, la verdad.

      Un saludote y gracias por pasarte :)

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