¿Prometes
amarla y cuidarla hasta que la muerte os separe?
Gruesos
lagrimones se escurrían por los surcos del ajado rostro de la mujer a la que
había amado durante toda su vida, mientras la jueza encargada del Registro
Civil pronunciaba esas palabras. Aún hoy, casi setenta años después de aquel
primer coqueteo y aquel primer beso, la seguía queriendo como a su vida.
Miró
su mano, envejecida, arrugada, llena de manchas y con los dedos deformados por
la artritis, y lo único que vio fue que seguía entrelazada con la de su amiga y
compañera, amante y pareja desde hacía tanto tiempo. Lo único que vio fue que
por fin podría decir «mi mujer» y decirlo con todas las de la ley, sin miedo y
le pesase a quien le pesase.
Su
matrimonio no era sino el testigo de toda una vida de amor a hurtadillas, de
noches de mimos y discreción con los vecinos. Era el testigo de una vida entera
en común. Era la felicidad de hacer algo que les había sido negado durante
tanto tiempo de puertas para afuera.
Había
llovido mucho desde aquellas noches en las que bordaban a la luz de las velas y
hablaban de todo y de nada. Había llovido mucho, pero el recuerdo era claro
como la mañana, vívido como pocos.
Le miró a los ojos, como tantas otras veces,
para expresarle cuantísimo le quería, antes de llevar el dorso de su mano a sus
labios y besarlo.
Miró
sus manos, viejas, ajadas y entrelazadas, y solo dijo «sí, lo prometo».
Aunque pasado
mañana fuera su último día en la Tierra, seguiría amándola y cuidándola, como
siempre había hecho.
maravillosa vida hecha realidad al compartirla. mis saludos.
ResponderEliminarohhhh, qué bonito.
ResponderEliminarMe alegro de verte por aquí ;) ¡Gracias!
Eliminarmuy bonito y muy conmovedor por su gran humanidad
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