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sábado, 29 de marzo de 2014

Sincorazón (VII): Pérdida

Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto y el sexto.



Los “abus” ya han levantado el vuelo, y estamos, como ellos dicen «cada mochuelo en su olivo». Pobres. Su única hija… y la han sobrevivido. No son pocas las veces que me he puesto en su lugar, pero si hay algo que tengo claro es que, si lo que en vida merma te concede la gracia eterna, ellos lo tienen más que asegurado. Me admiran, me admiran de verdad. No sé cómo consiguen ser tan buenos. Son de esas personas buenas a las que les pasan demasiadas cosas malas... Me muero solo de pensar en enterrar a Julio, me come la angustia y las ganas de llorar, mi niño, mi cielo, mi terroncito de azúcar. Dios, me angustia tanto la idea de perderle, de perderlos a todos y quedarme sola en este mundo, que me ahoga la inmensidad del sentimiento, ni aunque aún estuviera Nuria a mi lado dejaría de tener ese sentimiento si Julio desapareciera. Imborrable. Injusto. Intolerable.

El otro día, me vino a la cabeza este tema, e inconscientemente estuve buscando una palabra para describir a la madre o al padre que ha perdido a su hijo. No la encontré. No fui capaz de hallarla. Tenemos palabras para nombrar todo tipo de horrores y pérdidas: huérfanos, viudas, viudos, mutilación, ablación, sometimiento… Pero no tenemos una palabra que describa este horror. No tenemos una palabra que alcance a abarcar ese sentimiento de pérdida más allá de la propia palabra «pérdida». Creo que es porque no hay concepto más horrible, más frío, más atemorizante que ese. Cuando una tiene hijos, espera que estos la entierren a ella. En ningún momento pasa por su cabeza que esa situación puede ser a la inversa. No tenemos una palabra para describir esa falta porque si no se la nombra, quizás nunca acuda, al no ser llamada. Irónicas supersticiones del lenguaje. Sin embargo, la muy maldita se sigue presentando cuando uno menos se lo espera. Pobres, Aleix y Mariam. 

Están tan preocupados por Julio como yo lo estoy, y dudaban un poco de si irse o no, pero es mejor para todos así. Son un cielo, pero necesito, necesitamos nuestro espacio. Habituarme a vivir con Julio y habituarme a ser «familia monoparental». Hacerme a la idea de que el ir los fines de semana al Retiro y dar de comer a los patos y a las carpas mutantes, a la Casa de Campo o al colindante zoo, o a pasear por la ribera del Manzanares va a ser cosa mía, igual que hacer fotos, guardar recuerdos, de todos los primeros pasos y todas las primeras veces del pequeño. No puedo evitar pensar ¿Nuria, dónde estás? Y una suave lágrima se desliza hasta mi barbilla, antes de precipitarse al suelo como un meteorito. 

Me seco las lágrimas y los mocos con el clínex arrugado que acaba por estar siempre en un bolsillo y voy a la habitación de Julio. Necesito darle un abrazo. Está sentado en el suelo jugando con su «cocinita», preparando en su mente vete tú a saber que “exótico” guiso. Qué guapo es. Cómo se parece a Nuria en algunos gestos, se nota que lleva en los genes su sensibilidad, su delicadeza. Tiene los mismos ojos marrón miel que su madre, la misma forma de la nariz, la misma manera de sonreír no solo con la boca. Me sonríe al verme y se levanta para llevarme de la mano a «mi sitio en la mesa». Me siento a su lado en la alfombra, junto a la cebra, Minerva, y sepulto el clínex en los bolsillos de mi pantalón.

―Mami, mami. Mira que té tan rico te he preparado —me dice mientras me tiende una taza de plástico verde botella—.
―Mmmmm. Está delicioso —le digo tras llevarme la taza a los labios— ¿de qué es? Nunca había probado uno igual.
―Es de naranja y menta —me dice con una sonrisa de oreja a oreja, y sonrío para mis adentros pensando en lo malo que estaría ese sabor en realidad—.
―Parece que no dejan de salir nuevos tés ¿eh? ¡Menudo ingeniero de cocina estás hecho!
—Mi «seño» dice que seré un buen cocinero.
Le cogí en brazos y le senté en mi regazo para poderle abrazar.
―Ya veremos, ya veremos… —Apoyé mi cabeza en su hombro y le di un beso en la mejilla. Olía al champú y a ese olor genérico que tienen todos los niños pequeños. Se revolvió como una lagartija y le estrujé un poco más—.
―¡Jo, mamá!
―Vale, vale. Ya te dejo, no te enfades ¿Te apetece que leamos un cuento antes de ir a dormir?
―¿Podemos ver los dibujos un rato? Es que… Es que… Es que eso lo hacía mamá.
Me quedé paralizada en el sitio. Congelada. Muerta. Eso había dolido. Mucho. Boqueando como un pez fuera del agua, luchaba por darle una respuesta.
―Pero mamá también sabe leer, Julio, además ¿estarás sin tu cuento favorito hasta que seas grande grandote y puedas leerlo tú?
Me miraba con aire dubitativo, chupándose el meñique.
―Nnnnnnnno…
―¿Y todos esos cuentos tan chulis que vimos en la librería, incluso esos que olían? ¿Te imaginas que hueles uno de los que huele a caca y yo no te he podido avisar? —su gesto se torció en una medio sonrisa—, además ¡con lo que me gusta a mí que leamos! ¿No me vas a dejar que te lea antes de dormir?
―Claro que sí, mami. Es que echo de menos a mamá.
―Y yo, hijo, y yo. Pero ya sabes que ella está siempre contigo, acompañándote. Y que te quiere mucho, muchísimo ¿verdad?
―Sí…
―Pues eso es lo que importa. A mí siempre me vas a tener, para leer, para bañarnos, ver los dibujos ¡y hacerte pedorretas en la barrigota esa que tienes! —le levanté la camiseta, dejando ver su ombliguillo al descubierto, y le empecé a hacer cosquillas. Me encantaba oírle reír a carcajadas—.
Le dejé en la alfombra con cuidado y cogí a la cebra Minerva.
―Dice que tiene sueño. ¿Tú qué opinas, le acostamos ya?
―¡Vale! —me respondió—. Y muy ufano, la cogió de una pezuña y se la llevó a la cama, la tumbó y la arropó.
―¡Pero bueno! Se siente solita, la pobre ¿por qué no te acuestas con ella y así le haces compañía?
Todas las noches, igual. Vaya peleas con el dormir y no dormir nos traíamos con el muy diablo… Me lo llevé a lavar los dientes, nos los lavamos bien, nos pusimos el pijama y le llevé a su camita casi en brazos de lo dormido que iba.
―Buenas noches, Julio. Que sueñes con los angelitos.
No hubo contestación, ya estaba profundamente dormido. Le arropé, le encendí el Mickey Mouse y salí de la habitación con cuidado.
 

lunes, 10 de marzo de 2014

Sincorazón (VI): Colegio

Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo, el tercero y el cuarto y el quinto .



Hoy toca recoger a Julio del colegio y afrontar todo lo que ello conlleva. Los “abus” están empacando sus cosas, es hora de volver a casa, de normalizar todo lo posible esta inmensa anomalía. Toca ducharse, vestirse, preparar la merienda, recoger la cocina, lavarse los dientes, echarse algo de perfume y andando. Cojo el metro casi con inseguridad, miro y remiro la dirección del andén por el miedo a equivocarme y llegar tarde. El tren emerge del túnel como una aparición, trepidando de una manera ensordecedora, y un centenar de viajeros nos agolpamos a las puertas mientras esperamos para entrar. La mujer que está esperando delante de mí lleva una capucha con pelo sintético y hace que me pique la nariz. Un hombre ha salido y me ha guiñado un ojo. El o la de detrás no hace otra cosa que teclear en el móvil, puedo oírlo como un cliqueteo constante. Hay demasiada gente dentro y fuera del vagón para mi gusto, demasiado ruido para la silenciosa soledad que se ha instalado en mi interior.
            Al fin llego al colegio, a esas puertas rojas abiertas de par en par que bullen del tránsito de ajetreados padres, ajetreadas madres, abrumados abuelos y abuelas y niños de todas las edades. Me adentro en el patio del colegio, feo como él solo, y me dirijo a la zona reservada a los alumnos de educación infantil, en donde diviso a Julio pintando muy afanosamente junto a una niña. La maestra se adelanta a recibirme con gesto circunspecto y celeridad.
―Hola, Blanca ¡cuánto tiempo!
―Sí, bueno… Las cosas están siendo bastante duras… ―me miraba penetrantemente con un asomo de pena―, ya sabes…
―Te doy mi más sentido pésame ―me puso una mano en el hombro para reforzar sus palabras―, si necesitas algo para ti o para Julio, sabes que puedes acudir a mí o al claustro de profesores. Aún estamos conmocionados con la noticia.
—Je ―era inevitable que una sonrisa irónica asomase a mis labios― pues si tú estás conmocionada…
—¡Perdóname! He sido una bruta, no debería haber dicho eso ―plegó las manos en su barbilla, en el gesto de súplica más antiguo del mundo―, de verdad que lo siento.
Vi como su gesto se ablandaba con preocupación genuina, y todo lo que salió de mis labios fue un lacónico «la vida sigue». Sus labios se fruncieron un instante fugaz antes de que continuara la charla.
―Tienes buen aspecto.
―Mejor que el que tenía el día del entierro, sin duda —¿qué pretendía hacer, humor negro?—, pero gracias. Al menos ya no parezco un zombi.
―(…) Supongo que es bueno saberlo… Quería hablarte de Julio, si tienes un momento.
―Claro, dime.
―Verás… —empezó a retorcer la cuerda del collar que llevaba— He estado observando a Julio desde que… desde aquello, y últimamente apenas juega con los otros niños, solo dibuja y dibuja junto a Anabel.
―¿Deduzco que Anabel es la niña de rizos negros de su lado?
―Sí, esa es. El caso es que todos sus dibujos son, por así decirlo, “peculiares”.
―No hace falta que des rodeos, Lumi.
―Mejor te los enseño.
Sacó una carpetita de la mochilita que llevaba y me la tendió, un poco vacilante. Abrí la carpeta y les eché un largo vistazo a los dibujos. Estaba muerta de miedo de lo que fuera a encontrarme, y con los dibujos delante… tenía motivos para ello. Al principio parecían paisajes con sus arbolitos de copa redonda, su sol sonriente que ocupaba media página, la casa triangular sin ventanas, pero con chimenea… Y luego veías los «bonus»: rectángulos con un monigote dentro, un montón de escamas de dragón en fondo verde que resultaban ser lápidas, monigotes llorando desde una nube y un largo etcétera. Se me debió ir descomponiendo el gesto de tal manera que me quitó la carpeta de las manos y la cerró con un gesto suave.
―Joder, joder, joder… ¿cómo no me habéis llamado o algo antes?
―Blanca, no lo sabíamos. A simple vista no es fácil saber, y menos cuando son tan pequeños.
―¿Qué puedo hacer, Lumi? ¿Busco un psicólogo? ¿Hablo con el del colegio? —notaba la angustia subir por mi garganta—.
―Lo primero, relájate. ¿Has hablado con él de esto? De la muerte, quiero decir.
―Bastantes veces… todas y cada una de las veces que me ha preguntado por su madre.
―Vamos observarle un poco más de tiempo, creo que está interiorizándolo a través de los dibujos, y quizá en un par de semanas haya conseguido asimilar la idea de la muerte. No es tan malo como parece en los dibujos ¿vale? Tranquila.
―Espero de todo corazón que tengas razón —la angustia comenzaba a bajar de mi atenazada garganta—. Gracias. Gracias por estar pendiente de mi hijo.
―Es mi trabajo, Blanca. No tienes nada que agradecer.


―Claro que te lo tengo que agradecer. Eres un cielo.
Se le veía mucho más relajada, como un cielo cubierto de nubes que se abre y deja pasar el sol. Ya no estábamos tensas, y se notaba. El claro de nubes se volvió a oscurecer cuando frunció el ceño viendo algo que estaba a mi espalda.
―Perdona, Blanca, pero te tengo que dejar. ¡Julio, mira quién está aquí!
Vi a ese pedacito de ternura levantar la cabeza del papel, mirarme e iluminársele la cara. Se levantó corriendo, le dijo adiós a su compi de dibujo, que siguió enfrascada con sus pinturas, y se me acercó corriendo con el dibujo ondeando con esa descoordinación tan adorable que le caracterizaba. Se lanzó a mis piernas, me dio un gran “abrazo”, mejor dicho, a mis piernas, y luego se me enganchó de la mano.
―Vamos, Julio. Dile hasta mañana a Lumi.
―Adiós, seño.
―Hasta mañana —le dijo con una gran sonrisa—.
―Supongo que mañana nos vemos, gracias por todo otra vez.
En este punto de la conversación estaba más preocupada de lo que ocurría a mis espaldas que en lo que yo decía… A saber qué estaría viendo ¿un niño haciendo una travesura? Me giré, Julio le dijo adiós agitando su manita, y nos encaminamos a la salida. Lo único que vi fue a una pareja que me miró con cara entre despectiva y de pocos amigos. Un mal día lo tiene cualquiera, pero no sé yo si eso es para preocuparse tanto, pero en fin. Julio, mientras tanto, empezó a parlotear sobre su día y sus «seños». Al final, el trago no había sido tan duro como yo pensaba que iba a ser, gracias al cielo.
 

lunes, 24 de febrero de 2014

The East


Aviso a navegantes: quien busque una película de acción trepidante, no la va a tener, porque no es un western. Pero me ha parecido una película magnífica por la visión de las cosas que plantea: la muestra de que hay cosas sumamente podridas en nuestro sistema, y que evidentemente no funcionan, empezando por el asunto de la comida en perfecto estado en la basura.
El grupo anarco (¿de dónde sale eso de que es anarquista?)-barra-"ecoterrorista" me ha gustado mucho. No veo un estilo de vida muy alejado de algunos grupos de veganos y comunas que hoy día existen (salvo en lo de que son terroristas, claro está). Pero me ha gustado mucho por la expresión del amor, del cuidado del uno por el otro, aunque hacia el final de la película los personajes pierdan un poco de coherencia y esta faceta se pierda... El tempo narrativo no es muy rápido, pero tampoco se estanca en ningún momento. Sin prisa, pero sin pausa, vaya. Tiene un ritmo más o menos estable a lo largo del filme, aunque haya clímax y anticlímax (como en todas). 

Para mi gusto, es menester destacar cuatro escenas: la escena de la botella es muy bella, muestra tantísimo la necesidad de amor y de cariño..., la del lago, que me dejó sin palabras: tenía algo de primitivo, de natural, de salvaje y de civilizado, todo a un tiempo. Para el que no haya entendido la escena: es su bautismo, su verdadera iniciación, está empezando a ser permeable. A lo mismo me remito a la tercera escena que destaco; la de la cena, que es toda una lección de inteligente humildad (¿es más inteligente el que comparte o el acaparador?). Por último, es más que destacable el monólogo con el piano de fondo (sublime) acerca de qué son «The East»:
« We are The East, and we are your wake up call. We are not hiding from you; we are you. We are the morning you got off the treadmill and ran under the open sky. The first time you kissed someone and they kissed you back. We are the night you couldn’t sleep. The night you were staring at the ceiling thinking “Is this it? Is this the best life has to offer?” No. There is a freedom in you that knows no fear. »
«Somos El Este, y somos tu llamada al despertar. No nos escondemos de ti; somos tú. Somos la mañana en la que te saliste de la rutina y corriste bajo el cielo. La primera vez que besaste a alguien y ese alguien te devolvió el beso. Somos la noche que no podías dormir. La noche en que mirando al techo pensaste "¿esto es todo? ¿esto es todo lo que la vida ofrece?". No. Hay una libertad en ti que no teme a nada».

Los actores son buenos, aunque Sarah (Brit Marling) a mí me ha dejado un poco fría, un poquito de expresividad no le vendría mal a la chica. Ellen Page está impecable, y Saskargard está más o menos a la altura, aunque la cara de perturbado le acompaña un poco de más a lo largo de la película.
Los personajes muestran y encarnan problemas de la vida cotidiana en las que el mandamás y el dinero rigen. Son problemas que están a la orden del día en cualquier parte del mundo. Son los los trapos sucios que las grandes empresas tapan con montañas de millones, pero que no evita que la gente siga muriendo a millares.
El final de la película flojea, pero creo que aún así merece la pena verla. Se le podría haber sacado muchísima más chicha al tema, al guion... Lástima. 
Suscita una serie de preguntas acerca de legalidad y la legitimidad que no deben ser despreciadas ¿todo lo legítimo es legal? ¿deben hacerse cosas ilegales en pro de la legitimidad o lo lícito? ¿es terrorismo hacer probar de su propia medicina a alguien?

Nota final: 7.

jueves, 20 de febrero de 2014

Sincorazón (V): «Vendetta»

Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo, el tercero y el cuarto.


Quisiera poder decirle algo a Julio cuando me pregunta por ti, pero no sé qué decirle, ni qué le habrán dicho de por sí en el colegio. Tiene llantinas constantes, se enrabieta, patalea, y yo le envidio. Tan solo expresa lo que yo siento. Intento ser fuerte por y para él, pero es tan difícil no romper a llorar… Mariam y Aleix hacen lo que pueden, pero Julio echa de menos a su madre. Y yo te echo tanto de menos… Nuestras tardes viendo películas en la televisión del salón y con una manta por encima, nuestras cenas con un albariño, nuestros turnos para cocinar, nuestras caricias a cualquier hora del día y de la noche... Nuestra felicidad. Quisiera poder hacer algo. Tanto Julio como Ágora me mantienen ocupada y yo me ocupo de que así sea. No quiero volcarme en una botella de whisky o en humos de marihuana. No puedo privar a Julio de su madre, no le puedo hacer eso. Bastante le han arrebatado ya a su joven mente. Me sigue preguntando por ti, mis titubeantes explicaciones sobre la muerte no le convencen. Al menos puedo articular tu nombre sin llorar acto seguido.
Los periódicos siguen llamando, aunque no entiendo por qué. Bueno, por desgracia, sí que lo entiendo; he sido primera plana en internet y en los periódicos postrada ante un ataúd. No todos los días hay un suceso tan jugoso que involucre a una bloguera conocida. Todos quieren pescar en el río revuelto, pero nadie ha extendido sus redes más allá de mi familia. Tiene que haber mucha más verdad ahí fuera que averiguar, empezando por la identidad de esos desgraciados que te arrebataron la vida. ¿Y de verdad tienen el valor de hacerse llamar periodistas…?

BRRRRZZZZZT. BRRRRZZZZZZTT. Empezó a vibrar el móvil sobre la mesa de la cocina.  
—¿Sí?
—Hola, buenas, llamamos del periódico NuevoMundo, estamos haciendo un reportaje [bla, bla, bla] ¿podemos usar fotos, convenientemente retocadas para ocultarle, del hijo de la señorita Suances?
—No, no pueden sacar imágenes de Julio. Y él también es mi hijo.
—Aham… comprendo. ¿Y suyas?
—No, tampoco pueden usar fotos mías para ilustrar la noticia. ¿Acaso no se ha visto mi cara ya bastante en televisión…?
—[…] Permítame una última pregunta.
—Adelante ―dije con tono neutro― mientras me preguntaba por dónde me iba a salir.
—¿Es cierto que usted tuvo algo que ver con la muerte de la señorita Suances?
—¿¡Pero qué se ha creído, pedazo de capullo!? ¿Cree que puede llamar y acusarme así, en mi cara? ¡Cómo vuelva a llamar, o publique una infamia, lo denuncio!

          Apuñalé la tecla de colgar y tiré el móvil al sofá. Se van a enterar. Tan prestos para rebuscar en la basura del pasado y tan indignos para rebuscar en la basura de los que me habían arrancado al amor de mi vida. Antes que bloguera, fui y soy periodista. Hurgar en las heridas es parte de los requisitos de esta profesión. Si ni la policía ni los supuestos “medios de comunicación” lo hacían, lo iba a hacer yo. Se había acabado el aguardar noticias de brazos cruzados. Iba a salir a buscar la verdad, con ayuda de la policía o sin ella. Iba a buscar a los culpables, ya que a nadie más parecía interesarle encontrarlos. Aunque fuera lo último que hiciera, iba a averiguar quién estaba detrás de tu muerte y por qué no se investigaba nada al respecto. Mejor aún. Voy a eviscerar a esos cerdos.  


Vendetta.


miércoles, 22 de enero de 2014

Sincorazón (IV): «Duelo»

Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo, el segundo y el tercero.


Día D. Ya estoy en casa. Mariam y Aleix están conmigo. Vamos a pasar una temporada juntos. Tenemos que hacer cuña ante la vida, y como el escuadrón romano, nos replegamos antes de atacar. Hoy es el primer día que vuelvo a casa desde que tú no estás. Hoy es el primer día en que mi hogar ha dejado de existir. Todo sigue tal y como lo dejamos, incluso aún huele a ti la almohada. Tu cepillo de dientes está aún besando al mío. Mi reflejo no soy yo. Estas ojeras no me pertenecen, esta mirada difusa tampoco, y mis ojos rojos e inflamados como tomates cherry, menos aún. Pero parece ser que sí, que no he dejado de existir por extraño que (me) parezca.

Tus padres son fabulosos, Aleix hace todo lo que puede por ocuparse de Julio; y Mariam de mí. Aleix se lo lleva al parque cuando me desmorono. Mariam ha rechazado por mí a no sé cuántos “periodistas” que querían hacer carnicería a mi costa; cocina para todos y consigue mantener el tipo cuando Julio pregunta por ti. Ojalá no tuviera que estar haciendo eso… Ojalá yo no fuera tan débil. Me han dado la excedencia en el trabajo, un par de compañeros me han llamado para ver qué tal estoy, pero no tengo fuerzas para descolgar el teléfono y romperme por enésima vez. En mi sección de Ágora tan solo hay un lacónico puñado de bits que justifican mi ausencia: «cerrado por defunción», pero tu entierro y mi dolor han sido retransmitidos a medio mundo. No soy capaz de escribir sin escribirte, no soy capaz de pensar sin pensarte, no puedo querer sin quererte. Tendrán que apañárselas sin mí en el periódico. Hoy los villanos modernos, los que trafican influencias, los que desvían fondos a paraísos fiscales, estarán de celebración; bebiendo y fumando hasta la extenuación porque una chinita en su zapato se ha pulverizado.


Ya ha pasado una semana, parece mentira. Una semana y un día desde que te di el último beso de hasta luego en tus inermes labios. Una semana llorando ininterrumpidamente. Una semana sangrando por las noches y cicatrizando de día. Una semana en la que siempre estás presente aunque siempre estés ausente. Una semana en la que mi peluche ha sido una caja de valerianas y pañuelos de tamaño industrial. Creo que no puedo seguir llorando. No me quedan lágrimas ya para llorarte, ni palabras que puedan expresar lo que siento. El espejo me revuelve las tripas, no me reconozco en él, y Julio a veces me tiene miedo. Hoy me he mirado por última vez en ese maldito espejo y lo he roto en mil pedazos. Cada fragmento me devolvía una imagen que me repelía, y me repelían tanto las partes como el conjunto. Se fue a la basura sin contemplaciones.


Casi dos semanas y media se han esfumado ya y apenas me he dado cuenta… Me estoy lavando los dientes en un lavabo sin espejo. He decidido independizarme de ese espejo de tres al cuarto que me pareció que nunca encajó realmente en nuestro baño. No lo necesito. Me enjuago la boca, hago gárgaras con el colutorio y dejo el cepillo en su sitio. Sin embargo, tu cepillo no va a besar al mío nunca más, igual que yo no te voy a besar nunca más, pues ya no procede y yo no debo estancarme. Lo cojo del vaso con un nudo en la garganta y un hilo de lágrimas asomando ¿quién pensaría que iba a durar más él que tú en nuestra casa? Mariam me mira comprensiva mientras yo, indecisa, piso a medio gas el pedal que abre la papelera. Se acerca a mí con dulzura, toma mis manos entre las suyas y deshace mi puño suavemente. Cayó con un ruido sordo sobre unas mondas de patatas, y cayó la realidad con él.


Ya hace casi un mes desde que te arrebataron de mi lado. Sigue sin haber noticias de la policía. Nadie sabe nada, nadie ha oído nada ni ha escuchado decir. No me cabe en la cabeza ¿cómo es eso posible? El crimen perfecto no existe, o no sería tal por ser indetectable… ¿pero entonces? ¿Cuántos días más iban a pasar antes de que realmente hicieran algo? ¿Qué les tomaba tanto tiempo? ¿Iban a hacer algo por atrapar a esos malnacidos, hijos de Satán?

Continuará...

lunes, 13 de enero de 2014

Sincorazón (III): «Sentir»

Reaparecí en el mundo un rato después. Rodeada de gente ajena tendiendo sus manos en un desesperado intento por traerme a la vida. Por reanimar mi mutilado casi inexistente corazón de vuelta a la vida. De vuelta ente los vivos cuando parte de mí vagaba por la laguna de Caronte. Montones de gente que me miraban, que me sonreían entre sollozos y narices sofocadas, intentando darme esperanza, fuerza y vida. Vida para reanimar mi moribunda alma, para no desfallecer en mi crianza en solitario. Todo era tan irreal… podía verme rodeada de gente absolutamente extraña y amiga al mismo tiempo. Todos llorando y sonriéndole a mi pequeñín (nuestro), jugando con él y haciéndole muevas y carantoñas para distraerle de mí, tirada en el suelo como un muñeco de trapo.
Sus abuelos estaban un poco alejados del tumulto, abrazándose y llorando desconsoladamente, la abuela con la cara enterrada en un pañuelo de tela bordado, el abuelo, con el sombrero caído en el suelo, a su lado, y las lágrimas cayendo en la chaqueta de su esposa.

Me echaron un poco de agua en la cara con una botella de plástico y me dieron de beber otro tanto con sumo cuidado. Hice amago de levantarme y decenas de manos me agarraron solícitas. Entre ellas, la de Mimi, mi mejor amiga de siempre y para siempre.
Estaba mareada, pero podía notarlo todo, sentirlo todo. Cómo caía esa hoja muerta del árbol cuyas ramas eran nuestro techo. Cómo mis ojos se anegaban y desbordaban, dejando grandes surcos en mis mejillas. Cómo ese tacto de piel humana calmaba el dolor como si fuera una inyección de morfina directa al corazón. Cómo estaba siendo objeto de todas las miradas de las cámaras de televisión. Podía sentir como todas las banderitas de colores ondeaban con una racha de viento, cantando un himno de lucha y dignidad. De no olvido ni perdón. De injusticia y dolor.

Podía sentir la energía fluir, cómo la ira, la angustia, la rabia, la impotencia y el dolor se elevaban como una nube de vapor sobre la masa, yéndose con las lágrimas en una catarsis colectiva. En un intento de honrar su memoria, la memoria de alguien cuyo único fallo había sido atreverse a amar con locura, y por ende, sin restricciones.
Podía sentir el viento acariciar las coronas de flores, haciendo restallar las cintas que las acompañaban como látigos que fustigaban la impunidad de los salvajes que la habían matado. Podía sentir toda la fuerza que emanaba de esa mano amiga que me ataba a la realidad.
Abracé con toda mi alma a Julio, el pequeñín, que abrazaba a su peluche como si se lo fueran a quitar, antes de tomarle de la mano. Le necesitaba para atarme a la cordura dentro de la terrible locura que estaba viviendo.

Me encontré abrazada a Mariam, su abuela, mientras tomaba consciencia de que no podía dejarme ir, de que no podía abandonarme sin más, pues Julio me necesitaba.



Si no has leído los capítulos anteriores: aquí te dejo el primer capítulo y el segundo.